¡Dos entradas en una semana! Después de esto, tendré que volver a irme de vacaciones...
Volviendo al tema, he tenido dos semanas de vacaciones y, como me apetecía hacer algo especial con los días que tenía, pensé que nada mejor que ir a visitar a un buen amigo que está viviendo en Copenhage (sobre todo porque le dije que iría a verle y yo siempre cumplo con mi palabra); y luego a Taizé que, si bien no me apetecía mucho, tenía la sensación de que debía ir.
Todos los planes los hice un poco a salto de mata, pues mi jefe me avisó sólo con un par de días de antelación de que tenía que coger las vacaciones que me quedaban. Con semejante antelación, no es fácil preparar nada y, por supuesto, encontrar billetes de avión a buen precio es ciencia-ficción (menos mal que el género me gusta, que si no...).
Creo que no se puede decir que fuera una gran visita a Copenhage, sobre todo porque pude ver muy pocas cosas. En realidad, tampoco me importó mucho, porque iba principalmente a ver a mi amigo, así que todo lo demás eran extras. Conseguimos ver la famosa Sirenita de Copenhage y, como me habían adelantado, no era nada del otro jueves. En fin, estas cosas suelen decepcionar y, como me lo esperaba, tampoco sentí ninguna decepción. Supongo que la ciudad debe ser preciosa cuando hace buen tiempo, pero, como estamos hablando de Dinamarca, parece improbable que eso pase con frecuencia, y menos fuera del verano. De todas formas, reconozco que me gusto. Tiene mucho encanto.
He aquí la prueba de que estuve en Copenhage.
Lo pasé genial y conocí a algunas de las compañeras de mi amigo, que resultaron ser unas chicas muy majas.
Me llamó mucho la atención lo desprendidos que son los daneses con sus hijos. Supongo que será una cuestión educacional, pero llevan aquello de la crianza en madriguera a rajatabla. Vamos, que no vi una sóla madre con un bebé en brazos y, por lo visto, ni siquiera es raro que los dejen en el cochecito, en la calle mientras se toma una caña. ¡En Dinamarca, con el frío que hace...! Increíble.
Son muy europeos, así que su plan de fiesta consiste en emborracharse. No bailan, ni hacen nada más, sólo beben hasta la saciedad y, bueno, supongo que lo que venga después dependerá del pedal que lleve cada uno y de lo distraída o centrada que tenga la moral. Fuimos a una fiesta y, en fin, nunca he estado en una fiesta tan silenciosa en toda mi vida. No se oían los típicos gritos de festividad hispana y, mucho menos, tenían la música a un volumen insufrible. ¡Hasta tuvimos dudas de si la fiesta era allí cuando llegamos!
En cuanto a Taizé... Fue una pequeña aventura. Nunca había estado y lo que sabía venía de personas que casi no conocía. Lo más remarcable que llevaba en mi mente era que debía ser un sitio sucio y mugriento, por lo que me había contado una chica por teléfono.
Llegué y, para mi sorpresa, no sólo no era cutre, sino que estaba bastante bien. Las habitaciones estaban aceptablemente limpias y había mantas para soportar el frío de la noche. Además, tenían calefacción. Lo único malo era tener que ponerse el abrigo y toda la pesca para ir al baño (pues había que salir al exterior), pero nada más.
Las comidas eran algo más... menos... higiénico. Los cuencos y platos no solían estar muy limpios y tenían una capa de mugre de tiempos inmemoriables. De todas formas, como ya se habían hecho uno con el plato, tampoco es que se notara demasaido. Eso me despertó una vocación de friegaplatos, porque tengo la teoría de que sería bueno que se lavaran un poco a conciencia, aunque sólo fuera una vez al año. Una chica húngara tenía la misma impresión, así que daba gusto utilizar la parte de vajilla que ella fregaba.
Bueno, intendencia a parte, puede que algunos no sepáis lo que es Taizé.
Se trata de un pueblito chiquitín en la Borgoña Francesa. En él, hay una Comunidad Ecuménica de hombres fundada por el hermano Roger, que fue asesinado hace dos veranos.
Básicamente, la comunidad se dedica a la oración y la confección de distintos tipos de productos para su manutención. No obstante, se ha convertido en un lugar de oración y encuentro para un gran número de cristianos de todas las confesiones (anglicanos, protestantes, católicos romanos...). De hecho, llegó un momento en que la comunidad (formada también por hombres de distintas confesiones) se dio cuenta de que no podía acoger a todos los peregrinos ella sola, por lo que pidió ayuda a otras órdenes. Varias de ellas ayudaron por algún tiempo, pero las únicas que perseveran a fecha de hoy son las Hermanas de San Andrés (como comunidad) y un grupo de Ursulinas (que van rotando).
De este modo, los peregrinos son acogidos en Taizé y acomodados según las posibilidades del lugar. La vida es muy sencilla y gira en torno a los tres momentos de oración diarios (que se sitúan en torno a las comidas), el trabajo (todo el mundo arrima el hombro para mantener el lugar en perfectas condiciones para los siguientes peregrinos) y los encuentros.
En estos últimos, los jóvenes (que oscilan entre unos 100 por semana en invierno y unos 5.000 por semana en Semana Santa y verano) se encuentran con personas de otras confesiones, que creen de un modo distinto que ellos, pero que son capaces de compartir vivencias, experiencias y enriquecerse unos a otros. Todo gira en torno a una lectura del Evangelio y, a partir de ahí, surge la oportunidad de hablar en pequeños grupos multiconfesionales y tremendamente internacionales.
En mi grupo, por ejemplo, teníamos protestantes de distintas ramas, católicos romanos, católicos no romanos (que no sabía yo que existían) y alguno más que se me está despistando. De todas formas, también conocí anglicanos y ortodoxos. Además, éramos también de distintos países. Teníamos varios belgas, pues había un nutrido grupo esa semana, así como un canadiense, un estadounidense, un polaco, una húngara, una alemana, la española (ésa soy yo)... Vamos, que éramos un grupo muy heterogéneo.
Dos coreanas afincadas en China, uno afincado en Inlgaterra, un polaco, una letona, un filipino, un indú y la menda. ¿Es o no es internacional?
De hecho, fue una pena, porque fuimos perdiendo miembros a lo largo de la semana. Primero perdimos a los que no hablaban inglés, porque no se enteraban de nada. Después, la chica alemana se sintió incómoda con algo que uno de nosotros había dicho y se fue. El norteamericano se cambió al grupo de su novia. Aunque, claro, también tuvimos fichajes por el camino, como una filipina, otra belga, otra húgara... Pero es cierto que, al final de la semana, quedábamos sólo 5. De todas formas, hablábamos cada vez con más confianza, porque cada vez nos conocíamos más, y fue muy constructivo.
Lo que más me llamó la atención es que nadie controlaba lo que hacíamos o dejábamos de hacer. Cuando llegabas, te explicaban cómo funcionaba la acogida de peregrinos y, en base a eso y a tu concienca, hacías lo que Dios te diera a entender. Eso supone que algunos se implicaban mucho y otros muy poco, pero se compensaban y, al final, la convivencia no sólo era posible, sino que era una delicia.
He aprendido mucho, pues es mucho lo que he recibido. Me alegro un montón de haber ido y doy gracias a Dios por haberme llevado. Quizá vuelva algún día.
Taizé pretende ser un puente hacia la unión y el entendimiento de todos los creyentes.
Lo siento si estos dos últimos post no han aportado mucha profundidad al blog, pero creo que, a la luz de los hechos, no quedaba otro remedio que hablar de ello. En próximas entradas, veremos cómo evoluciona esto, porque estoy muy ilusionada con haber vuelto a escribir.
Dedicado a Luis Ja, buen amigo y gran anfitrión.