Tras cuatro años de matrimonio y con dos churumbeles de por medio, no me siento, ni mucho menos, una experta en lo que es el matrimonio. Ni siquiera, una experta en mi propio matrimonio. Creo que es algo demasiado vivo y dinámico como para que uno llegue a ser un "experto".
Sin embargo, hay algunos aspectos fundamentales sobre el matrimonio que veo claros y que siento que puedo compartir con otros. Son sólo reflexiones, pero creo que pueden servir de línea de salida para que otros reflexionen también.
Este post surge de una conversación que tuve hace poco con una señora de la edad de mis padres. Su hijo se casó hace año y pico y está en el paro. Su madre me comentaba que le estaban pasando algo de dinero "de bolsillo, para sus gastos", porque, claro, es mejor que tenga independencia económica.
A todo esto, la mujer del susodicho tiene un buen sueldo y el chaval se lo está currando para encontrar trabajo. De hecho, ahora estaba de prácticas no remuneradas en una empresa y le han dicho que, si les entra un proyecto, le cogen.
En resumen, estamos hablando de una pareja que, a mi modo de ver, tiene un problema. Un problema que, por cierto, parece bastante extendido: No tienen un proyecto económico común.
Y no, no estoy hablando de tener bienes gananciales o separados. Eso es un tema fiscal en el que cada pareja tiene que ver cómo le sale mejor (la pareja que os cuento tiene gananciales, porque lo pregunté).
Estoy hablando de algo más básico y más importante: Tener un proyecto de vida común, frente a un proyecto de vida paralelo.
Cuando nos unimos "en la riqueza y en la pobreza", estamos hablando de algo muy serio, de que vamos a estar juntos de forma solidaria, compartiendo nuestros bienes materiales.
En una pareja, el dinero puede ser un tema sensible o muy sensible, especialmente si los puntos de partida de ambos son muy dispare, o si su modo de entender la vida o las circunstancias del momento suponen que uno sustente económicamente al otro.
Si, además, uno o ambos miembros de la pareja han vivido divorcios cerca, puede ser aún más complejo.
Una pareja en la que ambos se entregan generosamente el uno al otro no puede mantener los aspectos económicos al margen: No puedes entregarte con todo lo que eres, si no incluyes todo lo que tienes.
Cualquier otra opción es extremadamente injusta, porque en un proyecto de vida común ambos tendrán que tomar decisiones y hacer renuncias en todos los aspectos, también los económicos. Quizá una oportunidad laboral muy buena para uno suponga un parón o el fin de la carrera del otro; y si hablamos de conciliación, apaga y vámonos.
Si entramos a hablar de los hijos, ya puede ser la pera limonera, porque, ¿quién paga qué? ¿Vamos a medias con todo? Y si a uno no le llega para el logopeda que tanto necesita, ¿que no vaya? ¿Uno presta al otro, para luego devolverlo con intereses?
He comprobado que hay muchas parejas que no hablan de estos temas durante el noviazgo, quizá porque los dan por supuestos. Pero luego llega la hora de tomar decisiones y la cosa no era como ellos habían querido imaginarla. Es mejor que todo quede bien claro desde el principio.
También he visto parejas que resuelven el tema económico de un modo rocambolesco, en el que el que más gana se va de vacaciones con la diferencia, mientras el que gana menos se queda en casa; y cosas de ese tipo. Incluso he conocido casos en los que no ser capaces de ponerse de acuerdo sobre a qué casa se van a vivir, si a la de uno o a la del otro, ha acabado llevando a la ruptura.
Al final, cada pareja ha de encontrar su camino, pero siempre es mejor poner toda la carne en el asador cuando se trata de que nuestro matrimonio funcione, y compartir todo lo que tenemos generará menos fricciones y problemas a todos los plazos.
¿Y si luego no funciona? Pues ya se verá entonces.
Hay algo que está claro: Si vivimos como si nuestra relación tuviera fecha de caducidad, podemos estar seguros de que acabaremos encontrándola. Un matrimonio que no se basa en la entrega y confianza mutuas está condenado.