Estaba yo, esta mañana, pensando en la divinidad (sí, soy creyente y muchas veces pienso en esas cosas). En realidad, estaba analizando las principales religiones y haciendo una comparativa entre las tres religiones monoteístas con más peso: El judaísmo, el cristianismo y el islam. No voy a exponer mi disertación sobre estos temas, porque este post no va de eso, pero quiero que os hagáis una composición de lugar.
El caso es que, en un momento dado, analizaba las dos naturalezas de Cristo: Una humana, por ser hijo de mujer, y otra divina, por ser hijo de Dios. La humana es la que le confiere fragilidad, la que le lleva a ser tentado en el desierto, a enfadarse en el templo, a buscar la compañía de sus amigos en la Última Cena, a llorar en Getsemaní y a gritar en la cruz. Sin embargo, su divinidad es la que le permite enfrentarse a la tentación, al pecado, al miedo, al dolor y al sufrimiento.
Por otro lado, hace un momento, terminaba de leer el tomo 2 de Trigun Maximum (Yasuhiro Nightow, 1998), en el que Wolfwood (el predicador) le dice a Vash: Yo soy humano, intentando justificar así su necesidad de defenderse de los demás, pues justo antes había afirmado: Si me siento en peligro, aprieto en gatillo sin dudarlo ni un instante.
Parece que la humanidad tiene que ver con la fragilidad, con la debilidad y, en última instancia, con la muerte. Pero, tampoco podemos quedarnos ahí, en lo limitado de nuestra naturaleza, ya que existe en nosotros algo especial.
a imagen de Dios lo creó,
macho y hembra los creó.
Génesis 1, 27
Este texto, que es igualmente sagrado para judíos, cristianos y musulmanes, denota que el hombre tiene una dignidad diferente a la de cualquier otra cosa creada, puesto que ha sido modelado a imagen de su Hacedor, de quien se dice es Onmipotente, Omnipresente y Omnisciente. Es decir, que tiene algo especial.
Si su debilidad es lo que le aleja de Dios, entonces, ¿cuál es la fortaleza que le acerca a él?
Dice San Juan en su primera carta: Dios es Amor (1 Jn 4, 8). Y, señores, creo que ésta es la clave. Lo que nos acerca a Dios, lo que nos permite estar por encima del resto de criaturas creadas, no es que seamos inteligentes. Mi perro es inteligente, mi gata es inteligente... Y un simio o un delfín les dan mil vueltas a los dos.
La inteligencia es la capacidad para resolver problemas, lo que nos permite comprender el mundo que nos rodea e interactuar con él. Sin embargo, eso no nos diferencia en absoluto de otros animales, puesto que ellos también entienden el mundo que les rodea y se enfrentan a los problemas que les plantea; aunque sea de una forma más somera y limitada.
Sin embargo, si utilizamos la capacidad de razonamiento lógico, la inteligencia, la capacidad de entender, para definir nuestra naturaleza; limitaremos la influencia del término, excluyendo a las personas demasiado jóvenes (Piaget, 1936, define el comienzo del periodo de operaciones concretas entre los 12 y los 15 años) y a aquellas con un desarrollo intelectual limitado, bien sea por razones biológicas, psicológicas o sociales. Esto implicaría que no todos los homo sapiens sapiens son humanos.
Pero, aunque tendamos a definirnos como animales racionales, al hablar de seres humanos, nos referimos a otra cosa. Para demostrarlo, apelaré al análisis del uso de la palabra inhumano, claro antónimo de humano.
Cuando decimos de alguien que es inhumano, afirmamos que es falto de empatía, de caridad, de piedad, de respeto y, en última instancia, lo que subyace, es que se trata de una persona falta de amor. Amor que puede ir dirigido a personas, animales, cosas o realidades.
En cualquier caso, lo que parece convertirnos en humanos y diferenciarnos de los animales no es, como algunos piensan, nuestra razón, sino nuestra afectividad. ¿Seremos, pues, capaces de desarrollar toda nuestra potencialidad, toda nuestra humanidad, y empezar a amar de verdad, sin tapujos y a todo y todos los que nos rodean; si discriminar a nadie, superando las barreras, las fronteras, las ideologías y los rencores?
Toda la ciencia y tecnología que seamos capaces de desarrollar serán incapaces de hacernos más felices, de crear un mundo mejor. Sin embargo, el Amor tiene la capacidad de romper con todo los antiguo y crear una sociedad nueva, más justa, más ecuánime, más solidaria... Más humana.
Y, ahora, pregúntante. ¿Te crees humano? ¿Te sientes humano? ¿Te atreverás a amar?
Dedicado a Nacho, cuyas ideas me ilustran.
2 comentarios:
"soy humano" es una típica excusa para justificar debilidades.... Obviamente no somos perfectos y sucumbimos a nuestras debilidades y tentaciones, pero esa comparación entre la debilidad humana y el poder divino viene de la tradición cristiano-platónica y yo no la puedo tener por cierta, pues creo que también la fortaleza de superarlas es característico de la existencia humana...
Por otro lado no creo que lo que nos diferencie de los animales sea la afectividad, pues también otros animales gregarios se muestran efecto entre miembros del mismo grupo. No entiendo esa constante necesidad de diferenciarnos del resto de seres vivos en un "algo" en buscar el quid de la cuestión, parece como si necesitáramos reafirmarnos, ser los favoritos del "ente realísimo" (que decía nietzsche). Tenemos muchas diferencias con otros animales, claro es, muchas ventajas, y también muchas desventajas, somos una especie más, no menos maravillosa, pero tampoco más, entre otras cosas porque la maravilla es subjetiva y no a todo el mundo le fascinan las cosas complejas :p
Ya está bien de intentar situarnos por encima de todo, no somos la culminación de nada, y distamos tanto de la perfección que creamos un desequilibrio en nuestro entorno.
Yo te pregunto ¿cómo si estamos creados a imágen y semejanza de Dios, somos tan súmamente imperfectos que humanidad está relacionado con la debilidad? ¿Cómo Diós tras crear el mundo crea una especie con tal potencial destructivo?
Me gustaría debatir el tema de la perfección divina, porque cada día le veo menos lógica al maniqueismo...
Agradezco que expongas tu postura, aunque, personalmente, no estoy de acuerdo contigo.
En cualquier caso, no me apetece debatir sobre teología, porque me parece poco enriquecedor; ya que cada uno empezará a esgrimir sus más convincentes argumentos con la intención de cambiar las ideas del otro, que el otro rebatirá, entrando en un bucle de razonamientos que no nos conducirán a nada. Al final, yo seguiré creyendo lo que creo y tú seguirás creyendo lo que crees.
Lo cierto es que yo soy más feliz teniendo y viviendo mi fe, que si no la tuviera y la viviera; y supongo que a ti te sucede lo mismo. En el fondo, es una cuestión de aceptar como cierto, o no, algo que escapa a nuestra capacidad de explicación; puesto que ni yo puedo demostrar que Dios existe, ni tú puedes demostrar que no existe.
De todas formas, si aún así quieres que hablemos de teología (que no debatir sobre ella), sólo dilo. Puede que sea mejor hacerlo por correo, pero, en cualquier caso, es uno de mis temas favoritos. :D
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