jueves, julio 07, 2005

Luz, fuego, destrucción

11 de septiembre de 2001: Dos aviones colisionan contra dos torres en Nueva York. El mundo queda conmocionado por el atentado más sangriento de la historia, en el que unas 2000 personas mueren al desplomarse las Torres Gemelas.

11 de marzo de 2004: Tres explosiones en la red ferroviaria de Madrid siegan la vida de casi 200 personas. Europa se enfrenta al peor atentado terrorista de su historia.

7 de julio de 2005: Seis explosiones sacuden el metro y la red de autobuses de Londres. Los terroristas vuelven a dejarse sentir, tras la elección de la ciudad como sede de los Juegos Olímpicos del 2012.

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Una vez más, los violentos demuestran que no tienen razón de la única manera que saben hacerlo: Matando, destrozando vidas, hiriendo a las personas en el cuerpo y en el corazón.

Cuando me he enterado de la noticia, me he acordado de los atentados de Nueva York y Madrid. Por un momento, he vuelto a sentir la tristeza de quien no comprende por qué pasan las cosas; porque no puedo entender cómo una persona puede robarle los sueños, la ilusión, la esperanza y la vida otra. Sencillamente, no lo entiendo.

Tuve una vez un profesor de religión que solía decirnos que el terrorismo es el miedo y el odio que siembran los violentos en el corazón de los niños. Es una semilla venenosa que crece y fructifica de la única manera que puede: En forma de injusticia y atropello.

Y yo me pregunto, ¿quién tiene más culpa, el que empuña el arma, o el que inculca el odio en los corazones de las personas? ¿Quién pierde más, el que muere, o el que vive sin conciencia, sin amor, sin sentimientos...?

La mayor injusticia de todo esto no es que hayan personas que mueren, que es algo terrible, sin duda alguna; sino que seguimos envenenando corazones, continuamos llenándolos con la ponzoña del rencor y el odio, la semilla de la violencia sigue siendo esparcida entre niños y mayores. ¡Cuánta tristeza! ¡Qué hondo el llanto de la vida y el futuro!

Recuerdo un día de agosto, allá en el 2004. Yo estaba en Santiago, como muchos otros, y un chico nos contaba con lágrimas en los ojos cómo vivió él el 11 de marzo. Su hermano iba en uno de los trenes y no lo encontraban. Su padre y su hermano fueron al IFEMA (donde se montó el macro-centro forense en el que la gente identificaba los cadáveres de sus amigos y familiares) con la esperanza de no encontrarle. Ya no se podía hacer nada más. No cogía el móvil, nadie le había visto, no estaba en ningún hospital... Allí lo encontraron. Solo. Destrozado. Muerto.

En el 2003, en Cuatro Vientos, otro muchacho, un poco más mayor, contaba cómo vivieron en su casa la muerte de su hermano en un atentado de IRA en Inglaterra. Estaba tomando algo con unos amigos en un bar, pero una bomba le robó la vida.

Y, ¿qué hicieron? Llorar, lloraron mucho. Comprender, no comprendieron nada. Aceptar, no querían aceptarlo, aunque aprendieron a hacerlo. Rezar, rezaron desde el primer momento: Primero, para que no fuera verdad; luego, para ser capaces de aceptarlo; finalmente... Finalmente, para no odiar a quienes les habían robado una de las cosas que más querían; y eso fue lo que más me impactó. Rezaron por su hermano, por su familia, por el resto de fallecidos, pero también por los asesinos; para que se dieran cuenta de que así no iba a llegar a ninguna parte, para que comprendieran que el sentido de la vida nunca se encuentra en el odio, sino en el amor.

No sé si sois capaces de comprender lo que eso significó para mí. Yo, que me enfado cuando alguien se equivoca, que no acepto los errores de los demás, que soy rencorosa en cosas absolutamente banales; me encontré con unas personas capaces de perdonar a alguien que les había quitado algo que jamás podrían compensarles todos los pésames, indemnizaciones y muestras de solidaridad del mundo.

En base al ejemplo de esas personas, intento no enfadarme por tonterías, aunque no siempre lo consigo. Lucho por aceptar a los demás como son, aunque no siempre es fácil. Procuro que el rencor no me pueda, aunque a veces emponzoñe mi corazón. Pero, sobre todo, antes de todo lo demás, intento perdonar a los demás en sus errores, y a mí misma también; porque, a veces, no hay juez más duro e injusto que uno mismo.

Creo que todos tenemos mucho que aprender de esos dos madrileños. Ojalá todos entendamos algún día que todos somos iguales: Pequeños, frágiles, maravillosos y únicos. No hay buenos y malos, sólo personas más y menos afortunadas. Sinceramente, prefiero morir, que vivir atrapada en mi odio y mi rencor. Cada uno elija lo que quiera.


Dedicado a todas las víctimas del terrorismo, que no son sólo los caídos.

2 comentarios:

DeFriki dijo...

El odio es un sentimiento horrible. Nos envenena, se adueña de nosotros, nos convierte en monstruos.

La gente que, consumida por el odio y por el miedo, cree que hacer sentir esos sentimientos que devoran su alma a los demás está haciendo "justicia" se equivoca. Dan lástima, porque a causa de su odio y su miedo son capaces de dejarse manipular, de buscar culpables entre los inocentes y de creer que quitándole la vida a otra persona serán felices.

La gente que cree que combatir el miedo y el odio con más miedo, con más odio y con muerte es hacer "justicia", es llevar la "paz al mundo" dan lástima, porque solo consiguen que el odio y el miedo se hagan más fuertes.


El odio, el miedo, la ira y la venganza no se pueden erradicar con más miedo, odio, ira y venganza. No se puede pedir la paz con la fuerza de las armas, debe hacerse sin violencia, demostrando que el odio puede ser olvidado y los pecados perdonados.

Pero sobre todo, lo más importante es que si sentimos odio hacia aquellos que nos atacan, si deseamos la muerte de aquellos que nos hacen sufrir e intentan matarnos, entonces habrán triunfado, porque será entonces cuando nos habrán convertido en algo horrible: nos habrán convertido en ellos.



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PD: ¿Luz, fuego, destrucción? ¿La canción de Dragon Ball Z? Pero que friki xDDDD

Marisunflowers dijo...

Totalmente de acuerdo. Ganaremos la batalla cuando, en lugar de convertirnos en ellos, arrojemos la luz del diálogo, la esperanza y el amor en sus corazones enfermos.

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P.D.: Pero... ¿Cuándo dije yo que no fuera friki? :P