Aquí me encuentro, en la última jornada de gimnasia artística en los Juegos del Mediterráneo Almería 2005. Parece que España lo está haciendo muy bien, porque ya llevamos varias medallas, y no sólo en este deporte.
Si vierais cómo entrenan lo gimnastas cada día, dando lo mejor de sí mismos...; para luego no siempre obtener la recompensa de tantos esfuerzos... Por ejemplo, en individual, Manuel Carballo cometió un par de errores que casi le sacan del medallero; aunque luego remontó y se colocó en la tercera posición, haciéndose un sitio en el podio.
¡Qué importante es ser capaz de seguir luchando por lo que uno quiere! Eso es lo que nos da fuerzas para seguir caminando. Es necesario luchar cada día para cumplir nuestros sueños, y una hipocresía renunciar a ellos por comodidad.
El otro día pensaba en la felicidad, esa realidad que todos desean, muchos buscan y sólo algunos encuentran. Pero, ¿qué es la felicidad?
Creo que es la pregunta más difícil a la que me he enfrentado hasta la fecha. Según Aristóteles (384-322 a.C.) era el conocimiento; según Buda (S. VI a.C.), la negación de toda sensación y sentimiento; según The Matrix (Andy & Wachowski, 1999), el desconocimiento; según Aldous Huxley (Un mundo feliz, 1931), vivir sin responsabilidades en un constante Carpe Diem; según los cristianos, la enterga por amor... Muchas definiciones, algunas antagónicas, que no acaban de ponerse de acuerdo.
Entonces, ¿a quién hacer caso? Pasamos de responsabilidades, o las asumimos todas; queremos conocer, o es mejor que no sepamos nada... ¿Dónde hallar la respuesta?
Pues no en un libro, desde luego. Tampoco creo que te lo cuenten en una conferencia. No. Creo que cada uno tiene que encontrar su felicidad, pero que también puede hallar buenas referencias a su alrededor. Si nos fijamos en las personas que conocemos que son felices, ¿podemos encontrar un patrón, una constante?
Yo, personalmente, conozco personas que son felices en situaciones de adversidad, llevando vidas muy sacrficadas...; pero también personas que son felices en su día a día, más o menos apacible, no faltándoles nada en la vida. Por tanto, esos factores no determinan que uno sea o no feliz.
Quizá debería empezar por decir que no creo que la felicidad sea un estado temporal, que te llena con un cosquilleo en el estómago. Eso es alegría, pero es efímero y no se sostiene, no perdura en el tiempo. La felicidad es algo menos intenso, más longevo, algo perdurable a lo largo de toda la vida.
La constante en todas las personas que conozco que son felices es una: Son felices. No quieren ser felices, ni buscan la felicidad. Sencillamente lo son. Cada pequeño detalle de sus vidas les llena, les colma, es una experiencia más que valoran como lo que es: Un pedacito más de este regalo que es la vida.
La felicidad no está en lo que hacemos, ni en lo que tenemos; está en cómo lo hacemos y cómo lo valoramos. La felicidad no es un estado de la vida, es una actitud hacia ella.
martes, junio 28, 2005
domingo, junio 19, 2005
Almería 2005 - XV Juegos del Mediterráneo
Mañana me voy a Almería, a trabajar en los Juegos del Mediterráneo. Cuando veáis la gimnasia artística o la rítmica, acordáos de mí, que estaré en la pista, para poner los cartelitos que veis en la tele.
Eso significa que, en las próximas semanas, no sé si bloguearé, o no; así que no os preocupéis si esto está un poco parado. No me habré olvidado de vosotros, sino que estaré acumulando historias que contaros a la vuelta.
¡A disfrutar de la vacaciones (los que tengan...) y animar a España en los Juegos!
Hasta pronto.
Dedicado a Bea, a la que voy a echar de menos un poquito más.
Salmón madrileño
Ayer, quedé con mis amigos para ir al cine a ver Batman Begins (Christopher Nolan, 2005), una película que me gustó y os recomiendo encarecidamente.
El caso es que me bajé a Madrid desde mi pueblo, con la intención de llegar a mi hora. La verdad es que no había nada de tráfico (como todos los sábados a esa hora). Sin embargo, el autobús iba más cargado de lo habitual y algunos pasajeros tuvieron que hacer el trayecto de pie. Por supuesto, Carlinhos Brown tenía algo que ver en el asunto, porque la mayor parte de los usuarios eran gente joven en grupos.
Según llegamos a Plaza Castilla, nos vimos inmersos en la masa de personas que se agolpaban en todos los rincones, vociferando y moviéndose con el nerviosismo de la res que reconoce su destino en el matadero. Poco a poco, y con gran esfuerzo, unos pocos nos abrimos paso hacia la boca de metro del intercambiador. Si llegar no fue fácil, entrar, una auténtica batalla. Cientos de personas avanzaban al unísono, como una manada de ñus emigrando a mejores pastos. El calor era agobiante y los responsables de seguridad miraban impasibles cómo la gente saltaba por encima de los torniquetes, como gacelas saltando un obstáculo en su huída del guepardo que las persigue.
No me quito de la cabeza un comentario que escuché entre la masa de carne, sudor y aire corrupto: "¿A dónde vamos?", preguntón uno. "A donde vayan todos los demás", respondió el otro. Tal era la personalidad y autonomía de las criaturas allí congregadas.
Poco a poco, mis pasos se encaminaron hacia la línea 10. Iba en dirección al centro, cosa que me alegró sobremanera cuando llegó el tren de sentido opuesto y vi una masa de personas salir a presión por las puertas, como pasta de dientes que se derrama por los agujeros del tubo. Cuando la línea de vagones abandonó la estación, cientos de personas se dirigían hacia la salida, haciendo equilibrios sobre el borde del andén.
Una vez sentada en uno de los bancos del vagón, empecé a pensar sobre mi trayecto y decidí que, aunque habíamos quedado en Callao, sería mejor ir directamente a Plaza España y subir andando desde allí. La visión del andén de enfrente en cada una de las estaciones que pasábamos me reafirmaba en mi decisión. Una piara inmensa se agolpaba a la espera del amo, que trajera los restos de la comida para alimentarla; y rompía en sonidos de aclamación y placer cuando veía su banquete acercarse, con el sonido característico de las ruedas sobe el metal.
Al llegar a mi destino, descubrí con alivio que el famoso carnaval había apartado del centro la escoria social de la masa y que las calles podían transitarse con paz y tranquilidad. Una llamada oportuna me dirigió a uno de esos bastiones del entretenimiento alternativo, que son las tiendas frikis. Avancé por la calle Silva y alcancé mi destino. No estaba hasta arriba de gente, pero había un buen número de compradores en el interior. En ese momento, me relajé. Estaba en un lugar conocido, rodeada de bichos tan raros como yo, por lo menos. Además, el aire acondicionado del local invitaba a quedarse.
Mis amigos llegaron de forma escalonada unos minutos después, pudiendo encaminarnos todos al cine en el que íbamos a ver la película de superhéroes del momento. Toda una gozada, si se me permite. La sala estaba ocura y fresquita, en contraposición al exterior, radiante y caluroso. Un refresco y el cubo de palomitas terminaban de completar nuestro gozo, mientras disfrutábamos de cada fotograma.
Una vez más, nos encaminamos al metro (esta vez todos juntos) y nos encaminamos hacia Cuzco, donde el perro de un amigo esperaba que alguien le condujera a un excusado adecuado a sus necesidades. El retorno a la zona 0 no fue menos emocionante. Los vencidos huían hacia los andenes, mientras los vencedores cantaban himnos de victoria, acompañados por los tribales ritmos de los tambores.
Salimos por la boca de los impares y nuestros ojos vieron los restos de la batalla. Algunas personas vagaban sin sentido entre la podredumbre. Bolsas, vasos de plástico de todos los tamaños, latas, botellas de plástico, cristales que otrora fueran continentes de distintos líquidos... Todo tipo de basura nos rodeaba, sin que pudiéramos evitar pisarla a cada paso. Gritos y cánticos de júbilo denostaban al viandante común, que sentía insultada su inteligencia ante tal demostración de degeneración y falta de civismo. Dos bocas de incendios lloraban silenciosas la sequía que este año estamos padeciendo, mientras algunos celebraban el frescor de las lágrimas por las que habían sido condenadas.
La Castellana se fue vaciando poco a poco, aunque nunca del todo. Los rezagados se alejaban de los servicios de limpieza, como si la higiene fuera la negación de todo lo que ellos celebraban. Cepillos, cisternas y contenedores libraban ahora su singular batalla, con la esperanza de un amanecer mejor para todos (al menos, para todos los habitantes de la zona).
Volví andando a Plaza Castilla con la intención de coger el autobús de las 2:00 a.m.. La calle estaba tranquila y el paseo se hacía agradable en el apacible intercambio de pareceres en que nos encontrábamos inmersos mi interlocutor y yo. Cuando llegamos al intercambiador, nuestros caminos se separaron y yo me aproximé a la parada de mi autobús. Ya había un buen número de personas esperando y me situé en una posición retrasada, respetando el orden de llegada de mis futuros compañeros de viaje. Sin embargo, un cuarto de hora es mucho tiempo, y grandes grupos de jóvenes gritones, bebidos y maleducados iban interponiéndose entre mi persona y la posible cabecera del vehículo. Como una no es tonta, avancé hasta donde mi buen juicio me aconsejó, dejando delante de mí un número equivalente de viajeros al que tenía cuando llegué.
El autobús no tenía intención de volver con carga, pero no le quedó otro remedio, ante el importante número de personas que allí se agolpaba. Empujones, malas palabras y gestos desagradables acompañaron el proceso de entrada en el codiciado vehículo. Un 30% de los presentes quedó en tierra, mientras el resto inicábamos nuestro viaje. Gritos y poca educación por parte de algunos energúmenos "amenizaron" el trayecto, mientras el conductor intentaba mantener la calma, todo un logro por su parte. Sobre decir que unas pañoletas azules identificaban a los alborotadores como participantes de la famosa "timbalada".
En momentos como éste, me alegro de ser un salmón contracorriente; porque para ser un borrego o una cabra asilvestrada, ya hay mucho animal suelto.
Dedicado a eNe, capaz de avanzar entre la masa sin dejarse arrastrar.
El caso es que me bajé a Madrid desde mi pueblo, con la intención de llegar a mi hora. La verdad es que no había nada de tráfico (como todos los sábados a esa hora). Sin embargo, el autobús iba más cargado de lo habitual y algunos pasajeros tuvieron que hacer el trayecto de pie. Por supuesto, Carlinhos Brown tenía algo que ver en el asunto, porque la mayor parte de los usuarios eran gente joven en grupos.
Según llegamos a Plaza Castilla, nos vimos inmersos en la masa de personas que se agolpaban en todos los rincones, vociferando y moviéndose con el nerviosismo de la res que reconoce su destino en el matadero. Poco a poco, y con gran esfuerzo, unos pocos nos abrimos paso hacia la boca de metro del intercambiador. Si llegar no fue fácil, entrar, una auténtica batalla. Cientos de personas avanzaban al unísono, como una manada de ñus emigrando a mejores pastos. El calor era agobiante y los responsables de seguridad miraban impasibles cómo la gente saltaba por encima de los torniquetes, como gacelas saltando un obstáculo en su huída del guepardo que las persigue.
No me quito de la cabeza un comentario que escuché entre la masa de carne, sudor y aire corrupto: "¿A dónde vamos?", preguntón uno. "A donde vayan todos los demás", respondió el otro. Tal era la personalidad y autonomía de las criaturas allí congregadas.
Poco a poco, mis pasos se encaminaron hacia la línea 10. Iba en dirección al centro, cosa que me alegró sobremanera cuando llegó el tren de sentido opuesto y vi una masa de personas salir a presión por las puertas, como pasta de dientes que se derrama por los agujeros del tubo. Cuando la línea de vagones abandonó la estación, cientos de personas se dirigían hacia la salida, haciendo equilibrios sobre el borde del andén.
Una vez sentada en uno de los bancos del vagón, empecé a pensar sobre mi trayecto y decidí que, aunque habíamos quedado en Callao, sería mejor ir directamente a Plaza España y subir andando desde allí. La visión del andén de enfrente en cada una de las estaciones que pasábamos me reafirmaba en mi decisión. Una piara inmensa se agolpaba a la espera del amo, que trajera los restos de la comida para alimentarla; y rompía en sonidos de aclamación y placer cuando veía su banquete acercarse, con el sonido característico de las ruedas sobe el metal.
Al llegar a mi destino, descubrí con alivio que el famoso carnaval había apartado del centro la escoria social de la masa y que las calles podían transitarse con paz y tranquilidad. Una llamada oportuna me dirigió a uno de esos bastiones del entretenimiento alternativo, que son las tiendas frikis. Avancé por la calle Silva y alcancé mi destino. No estaba hasta arriba de gente, pero había un buen número de compradores en el interior. En ese momento, me relajé. Estaba en un lugar conocido, rodeada de bichos tan raros como yo, por lo menos. Además, el aire acondicionado del local invitaba a quedarse.
Mis amigos llegaron de forma escalonada unos minutos después, pudiendo encaminarnos todos al cine en el que íbamos a ver la película de superhéroes del momento. Toda una gozada, si se me permite. La sala estaba ocura y fresquita, en contraposición al exterior, radiante y caluroso. Un refresco y el cubo de palomitas terminaban de completar nuestro gozo, mientras disfrutábamos de cada fotograma.
Una vez más, nos encaminamos al metro (esta vez todos juntos) y nos encaminamos hacia Cuzco, donde el perro de un amigo esperaba que alguien le condujera a un excusado adecuado a sus necesidades. El retorno a la zona 0 no fue menos emocionante. Los vencidos huían hacia los andenes, mientras los vencedores cantaban himnos de victoria, acompañados por los tribales ritmos de los tambores.
Salimos por la boca de los impares y nuestros ojos vieron los restos de la batalla. Algunas personas vagaban sin sentido entre la podredumbre. Bolsas, vasos de plástico de todos los tamaños, latas, botellas de plástico, cristales que otrora fueran continentes de distintos líquidos... Todo tipo de basura nos rodeaba, sin que pudiéramos evitar pisarla a cada paso. Gritos y cánticos de júbilo denostaban al viandante común, que sentía insultada su inteligencia ante tal demostración de degeneración y falta de civismo. Dos bocas de incendios lloraban silenciosas la sequía que este año estamos padeciendo, mientras algunos celebraban el frescor de las lágrimas por las que habían sido condenadas.
La Castellana se fue vaciando poco a poco, aunque nunca del todo. Los rezagados se alejaban de los servicios de limpieza, como si la higiene fuera la negación de todo lo que ellos celebraban. Cepillos, cisternas y contenedores libraban ahora su singular batalla, con la esperanza de un amanecer mejor para todos (al menos, para todos los habitantes de la zona).
Volví andando a Plaza Castilla con la intención de coger el autobús de las 2:00 a.m.. La calle estaba tranquila y el paseo se hacía agradable en el apacible intercambio de pareceres en que nos encontrábamos inmersos mi interlocutor y yo. Cuando llegamos al intercambiador, nuestros caminos se separaron y yo me aproximé a la parada de mi autobús. Ya había un buen número de personas esperando y me situé en una posición retrasada, respetando el orden de llegada de mis futuros compañeros de viaje. Sin embargo, un cuarto de hora es mucho tiempo, y grandes grupos de jóvenes gritones, bebidos y maleducados iban interponiéndose entre mi persona y la posible cabecera del vehículo. Como una no es tonta, avancé hasta donde mi buen juicio me aconsejó, dejando delante de mí un número equivalente de viajeros al que tenía cuando llegué.
El autobús no tenía intención de volver con carga, pero no le quedó otro remedio, ante el importante número de personas que allí se agolpaba. Empujones, malas palabras y gestos desagradables acompañaron el proceso de entrada en el codiciado vehículo. Un 30% de los presentes quedó en tierra, mientras el resto inicábamos nuestro viaje. Gritos y poca educación por parte de algunos energúmenos "amenizaron" el trayecto, mientras el conductor intentaba mantener la calma, todo un logro por su parte. Sobre decir que unas pañoletas azules identificaban a los alborotadores como participantes de la famosa "timbalada".
En momentos como éste, me alegro de ser un salmón contracorriente; porque para ser un borrego o una cabra asilvestrada, ya hay mucho animal suelto.
Dedicado a eNe, capaz de avanzar entre la masa sin dejarse arrastrar.
martes, junio 14, 2005
La Verdad
Hoy no os voy a hablar de lo verdadero, ni de razones, ni de mi verdad... Hoy voy a hablaros de esa Verdad con mayúscula, la que tantos menosprecian con un absurdo relativismo basando en la mentira.
En nuestra sociedad, parece de mala educación y mal gusto decir que algo es verdad. Está de moda esa máxima de Plinio (Como 23 - Stabia, Nápoles, 79 D.C.): La única verdad es que no hay verdad.
Si lo pensamos, esta oración es intrínsecamente falsa, ya que, si no existe la verdad, entonces una sentencia tan taxativa no podría ser en ningún caso cierta. Además, me parece más que osado pretender ser el único poseedor de la verdad, condenando a todos los demás al error de forma necesaria e inequívoca.
No, señores, la Verdad existe, aunque sea más conveniente negarlo. Ya lo decía Morfeo en esa gran película llamada The Matrix (Andy & Wachowski, 1999): No te dije que sería fácil, Neo, te dije que sería la verdad.
Si tomas la pastilla roja estarás en el País de las Maravillas y te enseñaré cómo de profunda en la madriguera del conejo. Recuerda que todo lo que te estoy ofreciendo es la verdad. Nada más.
Todos nos encontramos a la deriva de la relatividad, sin un rumbo que seguir, atrapados en una vida sin sentido, porque, ¿qué sentido puede tener una vida que no es verdadera? Ni plenitud, ni realización, ni felicidad, ni amor... Todo es una farsa. ¿De qué sirve hacer algo, si no va a ser verdadero? ¿Para qué amar, si no va a ser más que otra mentira? Nada tiene sentido. Estamos atrapados en esta particular Matrix, en la que da igual lo que hagas, porque no sirve para nada, ya que todo es relativo.
La Verdad no interesa, como ya he dicho, y menos a los poderosos. Cada vez que alguien intenta demostrar que la Verdad está de su lado, se convierte en una molestia, porque, sea o no cierta su afirmación; todos anhelamos encontrar algo verdadero, algo que sí nos conduzca a la realización y plenitud que sólo una cosa cierta puede darnos. Por eso, esa persona se convierte en un peligro, porque es fácil que encuentre a alguien dispuesto a seguirle en haras de la Verdad.
El mejor y más evidente ejemplo, lo encontramos en la Biblia: Yo para eso nací y para eso he venido al mundo: Para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37).
Horas después de hacer esta afirmación, Jesucristo (que fue un personaje histórico, al margen de que podamos o no creer en sus enseñanzas), era clavado en una cruz, la peor muerte que se podía dar en su tiempo; hasta tal punto de que era aplicada sólo a los delincuentes más despreciables y de la que no era susceptible ni el más ruin de los ciudadanos romanos, por considerarse una vejación infame.
Ese es el precio que paga quien habla de la verdad, de que existe una Verdad. Cuando alguien afirma que algo es cierto, en seguida surge una voz que pone la pone en duda, sugiriendo que no se trata de la Verdad, sino de lo que esa persona opina y piensa.
También, en nombre de la verdad, se han hecho auténticos disparates. Matar a un par de centenares de personas en el atentado ferroviario de Madrid el año pasado, por ejemplo. Cuando ese tipo de cosas suceden, la sociedad se reafirma en que la Verdad no puede existir y que, quienes se consideran sus poseedores, son un peligro real para todos los demás.
No nos equivoquemos. Puede existir la Verdad, porque, de hecho, existe; pero, ¿somos capaces de poseerla? Lo cierto es que no lo creo. No puede ser que alguien posea la Verdad, no siendo capaz de demostrarla de forma evidente, a través de razonamientos lógicos y, en ese mismo momento, la Verdad sería de todos, de toda la humanidad, capaz de comprenderla; no sólo suya.
Entonces, ¿de qué sirve que exista una Verdad efectiva, si no podemos poseerla, si queda totalmente fuera de nuestro alcance, si no es factible acercarse a ella y enfrentarla cara a cara? De nada, si esto fuera así, desde luego. Pero la Verdad es algo que, si bien no podemos poseer, sí podemos encontrar. Y aquí surge la gran aventura a la que se enfrenta el hombre: La búsqueda de la Verdad.
Desde la antigüedad, muchos hombres han buscado, con más o menos fortuna, las respuestas últimas y verdaderas a las preguntas que se iban formulando. Algunos se equivocaron de forma garrafal; otros se alejaron de lo mínimamente razonable, para tocar con sus manos los límites del absurdo. Sin embargo, unos pocos elegidos consiguieron atisbar algo que parecía razonablemente cierto. De esta forma, apoyándose en el legado del anterior, uno tras otro, han ido quitando la capa de ignorancia que se cernía sobre la humanidad, arrojando destellos de luz capaces de iluminar la oscura tiniebla del desconocimiento.
La verdad está ahí fuera (Chris Carter, 1993: Expediente X), pero sólo podemos conocerla en cierto grado, de una forma incompleta; que debemos ser capacer de razonar, a través de argumentos lógicos que se sostengan. Esto implica que, si comparamos los grados de verdad de dos afirmaciones contradictorias, podremos saber cuál es más verdadera, a través de la lógica que la sostiente; y eso nos hace sentir seguros en nuestro avance hacia la Verdad última.
Embarcaos es esta aventura de que os hablo y no os conforméis con medias verdades: Juntos podemos alcanzar la Verdad. Y, recordad: La verdad os hará libres. (Jn 8, 32)
Dedicado a Juan Pedro, que se presta a responder mis preguntas.
En nuestra sociedad, parece de mala educación y mal gusto decir que algo es verdad. Está de moda esa máxima de Plinio (Como 23 - Stabia, Nápoles, 79 D.C.): La única verdad es que no hay verdad.
Si lo pensamos, esta oración es intrínsecamente falsa, ya que, si no existe la verdad, entonces una sentencia tan taxativa no podría ser en ningún caso cierta. Además, me parece más que osado pretender ser el único poseedor de la verdad, condenando a todos los demás al error de forma necesaria e inequívoca.
No, señores, la Verdad existe, aunque sea más conveniente negarlo. Ya lo decía Morfeo en esa gran película llamada The Matrix (Andy & Wachowski, 1999): No te dije que sería fácil, Neo, te dije que sería la verdad.
Si tomas la pastilla roja estarás en el País de las Maravillas y te enseñaré cómo de profunda en la madriguera del conejo. Recuerda que todo lo que te estoy ofreciendo es la verdad. Nada más.
Todos nos encontramos a la deriva de la relatividad, sin un rumbo que seguir, atrapados en una vida sin sentido, porque, ¿qué sentido puede tener una vida que no es verdadera? Ni plenitud, ni realización, ni felicidad, ni amor... Todo es una farsa. ¿De qué sirve hacer algo, si no va a ser verdadero? ¿Para qué amar, si no va a ser más que otra mentira? Nada tiene sentido. Estamos atrapados en esta particular Matrix, en la que da igual lo que hagas, porque no sirve para nada, ya que todo es relativo.
La Verdad no interesa, como ya he dicho, y menos a los poderosos. Cada vez que alguien intenta demostrar que la Verdad está de su lado, se convierte en una molestia, porque, sea o no cierta su afirmación; todos anhelamos encontrar algo verdadero, algo que sí nos conduzca a la realización y plenitud que sólo una cosa cierta puede darnos. Por eso, esa persona se convierte en un peligro, porque es fácil que encuentre a alguien dispuesto a seguirle en haras de la Verdad.
El mejor y más evidente ejemplo, lo encontramos en la Biblia: Yo para eso nací y para eso he venido al mundo: Para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37).
Horas después de hacer esta afirmación, Jesucristo (que fue un personaje histórico, al margen de que podamos o no creer en sus enseñanzas), era clavado en una cruz, la peor muerte que se podía dar en su tiempo; hasta tal punto de que era aplicada sólo a los delincuentes más despreciables y de la que no era susceptible ni el más ruin de los ciudadanos romanos, por considerarse una vejación infame.
Ese es el precio que paga quien habla de la verdad, de que existe una Verdad. Cuando alguien afirma que algo es cierto, en seguida surge una voz que pone la pone en duda, sugiriendo que no se trata de la Verdad, sino de lo que esa persona opina y piensa.
También, en nombre de la verdad, se han hecho auténticos disparates. Matar a un par de centenares de personas en el atentado ferroviario de Madrid el año pasado, por ejemplo. Cuando ese tipo de cosas suceden, la sociedad se reafirma en que la Verdad no puede existir y que, quienes se consideran sus poseedores, son un peligro real para todos los demás.
No nos equivoquemos. Puede existir la Verdad, porque, de hecho, existe; pero, ¿somos capaces de poseerla? Lo cierto es que no lo creo. No puede ser que alguien posea la Verdad, no siendo capaz de demostrarla de forma evidente, a través de razonamientos lógicos y, en ese mismo momento, la Verdad sería de todos, de toda la humanidad, capaz de comprenderla; no sólo suya.
Entonces, ¿de qué sirve que exista una Verdad efectiva, si no podemos poseerla, si queda totalmente fuera de nuestro alcance, si no es factible acercarse a ella y enfrentarla cara a cara? De nada, si esto fuera así, desde luego. Pero la Verdad es algo que, si bien no podemos poseer, sí podemos encontrar. Y aquí surge la gran aventura a la que se enfrenta el hombre: La búsqueda de la Verdad.
Desde la antigüedad, muchos hombres han buscado, con más o menos fortuna, las respuestas últimas y verdaderas a las preguntas que se iban formulando. Algunos se equivocaron de forma garrafal; otros se alejaron de lo mínimamente razonable, para tocar con sus manos los límites del absurdo. Sin embargo, unos pocos elegidos consiguieron atisbar algo que parecía razonablemente cierto. De esta forma, apoyándose en el legado del anterior, uno tras otro, han ido quitando la capa de ignorancia que se cernía sobre la humanidad, arrojando destellos de luz capaces de iluminar la oscura tiniebla del desconocimiento.
La verdad está ahí fuera (Chris Carter, 1993: Expediente X), pero sólo podemos conocerla en cierto grado, de una forma incompleta; que debemos ser capacer de razonar, a través de argumentos lógicos que se sostengan. Esto implica que, si comparamos los grados de verdad de dos afirmaciones contradictorias, podremos saber cuál es más verdadera, a través de la lógica que la sostiente; y eso nos hace sentir seguros en nuestro avance hacia la Verdad última.
Embarcaos es esta aventura de que os hablo y no os conforméis con medias verdades: Juntos podemos alcanzar la Verdad. Y, recordad: La verdad os hará libres. (Jn 8, 32)
Dedicado a Juan Pedro, que se presta a responder mis preguntas.
lunes, junio 13, 2005
Con nocturnidad y alevosía
Así, es como estoy ahora. Son más de las 4:30 de la mañana y aún no me he acostado. Todavía me quedan 85 páginas de mi memoria de prácticas por imprimir. ¡Casi nada!
Y os preguntaréis, ¿y a mí que me importa eso? Realmente nada, pero es curioso, porque un amigo mío, que está estudiando otra carrera, está haciendo exactamente lo mismo al otro lado del messenger, es decir, en su casa.
La adversidad une a las personas más que la dicha, y así estamos nosotros, unidos en nuestra desgracia, intentando darnos ánimos (y alguna puñaladita) el uno al otro.
Perra vida la del estudiante, máxime cuando se juega algo importante como entrar en la carrera, evitar que le echen, pasar esa asignatura que le cierra curso o terminar sus estudios. Todas ellas buenas razones para mantenerse en vigilia hasta altas horas de la madrugada.
¿Quién no se ha quedado nunca hasta las tantas para imprimir un trabajo kilométrico, aún a sabiendas de que el profesor no lo leerá? ¿Quién no se ha dormido encima de los apuntes la víspera de un examen, porque los palillos de dientes se le habían caído de los párpados? ¿Cuántas veces no habremos hecho peor un examen por intentar estudiar un par de horas más?
Un café... Sólo un café para aguantar un par de horitas más...
Pero, como decía aquel famoso entrenador (aunque no lo suficiente como para que recuerde su nombre a estas horas de la noche), el entrenamiento es dolor y sufrimiento. Pues el estudio, ¡no te quiero ni contar! Además, se parece mucho al deporte, porque todos salen de línea de salida, pero no todos llegan a la meta. Algunos, se dopan a base de proteínas de papel, y a veces los pillan en el control y los descalifican. Otros llevan sus amuletos, como esa camiseta raída y asquerosa, pero con la que jamás ha perdido una prueba. Todo parece valer, como en una carrera de Los autos locos.
Chicos, es la recta final, no os rindáis, que ya nos queda menos. Y, cuando terminemos... ¡Vacaciones! Aunque no será para mí, pero eso ya os lo contaré en otro post.
Como decía un chico que conocí en primero de carrera: Estudiad poco y que os cunda mucho.
Dedicado a Jorge Luis, compañero de penalidades.
Y os preguntaréis, ¿y a mí que me importa eso? Realmente nada, pero es curioso, porque un amigo mío, que está estudiando otra carrera, está haciendo exactamente lo mismo al otro lado del messenger, es decir, en su casa.
La adversidad une a las personas más que la dicha, y así estamos nosotros, unidos en nuestra desgracia, intentando darnos ánimos (y alguna puñaladita) el uno al otro.
Perra vida la del estudiante, máxime cuando se juega algo importante como entrar en la carrera, evitar que le echen, pasar esa asignatura que le cierra curso o terminar sus estudios. Todas ellas buenas razones para mantenerse en vigilia hasta altas horas de la madrugada.
¿Quién no se ha quedado nunca hasta las tantas para imprimir un trabajo kilométrico, aún a sabiendas de que el profesor no lo leerá? ¿Quién no se ha dormido encima de los apuntes la víspera de un examen, porque los palillos de dientes se le habían caído de los párpados? ¿Cuántas veces no habremos hecho peor un examen por intentar estudiar un par de horas más?
Un café... Sólo un café para aguantar un par de horitas más...
Pero, como decía aquel famoso entrenador (aunque no lo suficiente como para que recuerde su nombre a estas horas de la noche), el entrenamiento es dolor y sufrimiento. Pues el estudio, ¡no te quiero ni contar! Además, se parece mucho al deporte, porque todos salen de línea de salida, pero no todos llegan a la meta. Algunos, se dopan a base de proteínas de papel, y a veces los pillan en el control y los descalifican. Otros llevan sus amuletos, como esa camiseta raída y asquerosa, pero con la que jamás ha perdido una prueba. Todo parece valer, como en una carrera de Los autos locos.
Chicos, es la recta final, no os rindáis, que ya nos queda menos. Y, cuando terminemos... ¡Vacaciones! Aunque no será para mí, pero eso ya os lo contaré en otro post.
Como decía un chico que conocí en primero de carrera: Estudiad poco y que os cunda mucho.
Dedicado a Jorge Luis, compañero de penalidades.
sábado, junio 11, 2005
¡Generación perversa...!
¡Eso es lo que sois! No, no mires para otro lado, que te estoy viendo. Sí, va por ti. Por ti y por todos los aún os podéis llamar jóvenes a vosotros mismos. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo que sois en realidad?
He visto en el pozo de la sabiduría lo que hacéis y como vivis. ¿No os da vergüenza? La cuadrada pantalla del conocimiento me ha desvelado todos vuestros secretos y, ahora, soy consciente de que debería alegrarme de poder morir algún día, porque el futuro que vosotros podáis crear será deleznable. Drogas, alcohol, sexo desenfrenado, desinterés, falta de valores éticos y morales, ningún respeto por vuestros mayores, hedonismo, total ausencia de esfuerzo, vida fácil y cómoda, pasotismo por los problemas del mundo, violencia... Esas son vuestras máximas. Y el débil entre vosotros, sólo encuentra la salida del suicidio. ¡Malditos bastardos...!
Sinceramente, ¿no estáis hasta las narices de que ésta sea la imagen que se tiene de la juventud? Vale que hay algunos que están bastate perdidos, pero no todos somos así. Se dejan llevar por los estereotipos y no profundizan en las personas. Ni siquiera creo que se pueda generalizar lo malo. De hecho, ¿quién limpió las playas gallegas, quién se movilizó después del 11 M, en qué franja de edad se encuentra un importante número de voluntarios de distintas ONG's...? Es cierto que no somos como nuestros padres a nuestra edad. El mundo ha cambiado mucho, tanto para bien, como para mal. Somos personas distintas en una sociedad diferente. No creo que seamos mejores, ni peores, tan solo nos enfrentamos a una realidad que no se parece a la suya.
Puede que, durante finales del franquismo y el inicio de la democracia, tuviera sentido eso de lanzarse a las calles para pedir libertad y manifestarse políticamente. Ahora, tenemos una democracia que apesta y, razonablemente, estamos desencantados. Yo no me movería por ningún partido político, porque creo que son todos lo peor; y me rijo por la norma de votar al menos malo, o en blanco, incluso, para que se den cuenta de que no me representan. Entiendo que eso puede dar una sensación de pasotismo a alguien que haya sido muy activo en su juventud, pero a mí no me mueve; como no mueve a una inmensa cantidad de personas de mi generación.
Sin embargo, ellos no se lanzaban a la calle cuando ETA mataba a alguien, porque no se identificaban con las víctimas. Nosotros sí. Todos íbamos en ese tren, y seguimos yendo. Hemos superado en gran medida la violencia de unos pocos, y lo ponemos todo patas arriba para gritar al mundo que aquí no hay sitio para los que no están dispuestos a solucionar sus problemas de forma pacífica.
Desde un punto de vista social, creo que somos mucho más empáticos. Nos acercamos más al pobre, al desvalido, al que está en desventaja... En una sociedad deshumanizada, buscamos a las personas que más sufren. Si no, haz una estadística de la edad media de las personas que hacen voluntariado y verás a lo que me refiero: Hospitales, minusválidos, tercer mundo, campos de trabajo, ancianos... Busca en cualquier ONG y verás como su plantilla depende, en gran medida, del esfuerzo gratuito de algunos jóvenes. Vivimos en un mundo igual de grande, pero en el que todo está más cerca, y eso se nota.
Por otra parte, puede que no nos esforcemos como ellos, porque, sencillamente, no hemos tenido que pedalear dos horas para poder ir al instituto. Sin embargo, hemos tenido que meternos en una academia para poder soñar con sacar nota para la carrera que queríamos estudiar, o nos hemos tenido que enfrentar al idiotismo de la caja boba, para que no anulara nuestra capacidad de razonamiento. Somo más cultos, estamos mejor formados y tenemos más intereses que muchos de nuestros padres a nuestra edad. Es cierto que no tenemos hijos todavía, pero tampoco podemos soñar con independizarnos en unas condiciones mínimamente dignas; por lo que no tenemos otra opción que pasar un poco más de tiempo en casa de nuestros padres (más del que nosotros mismos querríamos) y trabajar durante años con la esperanza de poder optar a una casa de 30 metros cuadrados; cuando la ministra nos diga que podemos apuntarnos a una lista de espera millonaria (en número de personas), en la que casi nadie se llevará uno de los apreciadoos cubículos.
Seamos sinceros, la sociedad evoluciona y las nuevas generaciones son el reflejo de su tiempo, porque yo soy yo y mis circunstancias (Ortega y Gasset, 1883-1955). Ni mejores ni peores, sólo diferentes.
He visto en el pozo de la sabiduría lo que hacéis y como vivis. ¿No os da vergüenza? La cuadrada pantalla del conocimiento me ha desvelado todos vuestros secretos y, ahora, soy consciente de que debería alegrarme de poder morir algún día, porque el futuro que vosotros podáis crear será deleznable. Drogas, alcohol, sexo desenfrenado, desinterés, falta de valores éticos y morales, ningún respeto por vuestros mayores, hedonismo, total ausencia de esfuerzo, vida fácil y cómoda, pasotismo por los problemas del mundo, violencia... Esas son vuestras máximas. Y el débil entre vosotros, sólo encuentra la salida del suicidio. ¡Malditos bastardos...!
Sinceramente, ¿no estáis hasta las narices de que ésta sea la imagen que se tiene de la juventud? Vale que hay algunos que están bastate perdidos, pero no todos somos así. Se dejan llevar por los estereotipos y no profundizan en las personas. Ni siquiera creo que se pueda generalizar lo malo. De hecho, ¿quién limpió las playas gallegas, quién se movilizó después del 11 M, en qué franja de edad se encuentra un importante número de voluntarios de distintas ONG's...? Es cierto que no somos como nuestros padres a nuestra edad. El mundo ha cambiado mucho, tanto para bien, como para mal. Somos personas distintas en una sociedad diferente. No creo que seamos mejores, ni peores, tan solo nos enfrentamos a una realidad que no se parece a la suya.
Puede que, durante finales del franquismo y el inicio de la democracia, tuviera sentido eso de lanzarse a las calles para pedir libertad y manifestarse políticamente. Ahora, tenemos una democracia que apesta y, razonablemente, estamos desencantados. Yo no me movería por ningún partido político, porque creo que son todos lo peor; y me rijo por la norma de votar al menos malo, o en blanco, incluso, para que se den cuenta de que no me representan. Entiendo que eso puede dar una sensación de pasotismo a alguien que haya sido muy activo en su juventud, pero a mí no me mueve; como no mueve a una inmensa cantidad de personas de mi generación.
Sin embargo, ellos no se lanzaban a la calle cuando ETA mataba a alguien, porque no se identificaban con las víctimas. Nosotros sí. Todos íbamos en ese tren, y seguimos yendo. Hemos superado en gran medida la violencia de unos pocos, y lo ponemos todo patas arriba para gritar al mundo que aquí no hay sitio para los que no están dispuestos a solucionar sus problemas de forma pacífica.
Desde un punto de vista social, creo que somos mucho más empáticos. Nos acercamos más al pobre, al desvalido, al que está en desventaja... En una sociedad deshumanizada, buscamos a las personas que más sufren. Si no, haz una estadística de la edad media de las personas que hacen voluntariado y verás a lo que me refiero: Hospitales, minusválidos, tercer mundo, campos de trabajo, ancianos... Busca en cualquier ONG y verás como su plantilla depende, en gran medida, del esfuerzo gratuito de algunos jóvenes. Vivimos en un mundo igual de grande, pero en el que todo está más cerca, y eso se nota.
Por otra parte, puede que no nos esforcemos como ellos, porque, sencillamente, no hemos tenido que pedalear dos horas para poder ir al instituto. Sin embargo, hemos tenido que meternos en una academia para poder soñar con sacar nota para la carrera que queríamos estudiar, o nos hemos tenido que enfrentar al idiotismo de la caja boba, para que no anulara nuestra capacidad de razonamiento. Somo más cultos, estamos mejor formados y tenemos más intereses que muchos de nuestros padres a nuestra edad. Es cierto que no tenemos hijos todavía, pero tampoco podemos soñar con independizarnos en unas condiciones mínimamente dignas; por lo que no tenemos otra opción que pasar un poco más de tiempo en casa de nuestros padres (más del que nosotros mismos querríamos) y trabajar durante años con la esperanza de poder optar a una casa de 30 metros cuadrados; cuando la ministra nos diga que podemos apuntarnos a una lista de espera millonaria (en número de personas), en la que casi nadie se llevará uno de los apreciadoos cubículos.
Seamos sinceros, la sociedad evoluciona y las nuevas generaciones son el reflejo de su tiempo, porque yo soy yo y mis circunstancias (Ortega y Gasset, 1883-1955). Ni mejores ni peores, sólo diferentes.
jueves, junio 09, 2005
La falsa sensación de intimidad
Hoy os voy a hablar de una de mis teorías sobre la percepción relativa que tenemos los humanos de las cosas. En este caso, le ha tocado a lo que yo llamo "falsa sensación de intimidad".
En una sociedad compleja como la nuestra, en la que todos pugnamos por un espacio, porque vivimos en estos macrohormigeros que llamamos ciudades; es difícil encontrar un lugar en el que estés realmente solo o en intimidad con alguien. Pero, claro, todos necesitamos sentirnos seguros para expresar algunos sentimientos o desarrollar algunas acciones.
Por ejemplo, no le contamos nuestras penas a cualquiera, ni hacemos cosas como besar a nuestra pareja delante de nuestros padres (yo, al menos, es algo que siempre he tendido a evitar); porque consideramos que es algo personal, que nos afecta a nosotros y no es, desde luego, de interés público.
Sin embargo, vemos cómo, sentados en un lugar como un metro abarrotado, una persona le cuenta a otra lo mal que lo está pasando por una razón realmente íntima. Por supuesto, nosotros, que no tenemos nada mejor que hacer, activamos la parabólica, pero sin participar en la conversación. No es que seamos cotillas, simplemente no hay nada mejor que hacer y han captado nuestra atención. Muchas veces, tardamos un rato en darnos cuenta de que estamos escuchando con bastante atención una conversación que ni nos va, ni nos viene.
Esa persona que sufre, no tiene en cuenta que tú, o todo el vagón, le estáis escuchando, porque, para ella, en ese momento, sólo cuenta su interlocutor; y el resto del mundo no existe. No estáis invitados a participar de la conversación, y jamás lo haríais, porque eso rompería el protocolo de hacer como que no me entero de nada. Y es que todos formamos parte de una especie de pacto para no romper esa falsa sensación de intimidad de la que hablo, puesto que, si lo hiciéramos, romperíamos la magia en la que muchas veces nos vemos inmersos. Todos necesitamos un espacio que no tenemos, así que simulamos que existe, y nos lo creemos, porque no podemos vivir con la idea de que siempre nos están observando (aunque sea cierto).
Los chavales de mi instituto, por ejemplo, cuando se besan apasionadamente en un ricón del patio, donde todos les estamos viendo, creen estar en un lugar seguro e íntimo. Si no, ¿por qué no lo hacen en medio y cobran la entrada? Porque les da corte que les vean. Pero, cómo no hay otra forma, se sitúan en un sitio en el que, aunque todos pueden verles, se sienten en intimidad. Embotados sus sentidos por los dulces aromas del amor (o el hedonismo, que de todo hay en la viña del Señor), todo lo que hay a su alrededor desaparece y pueden expresar sus sentimientos libremente; aunque sea en ese rincón del patio en el que hasta la profesora (que soy yo) puede verlos.
No es ninguna tontería esto que os digo. Creo que Asimov (Los robots del amanecer, 1983) acertó cuando presagió un mundo en el que era de mala educación hablar en el baño, porque limitaba la sensación de intimidad de áquel que estaba al lado. Ésto mismo sucede hoy día, allá donde vamos. Necesitamos sentir que nadie nos observa, nadie nos escucha..., que estamos solos, o sólo en compañía de ciertas personas. Entonces, surge ese pacto no escrito de no recordar a los demás que no están solos, para que a nosotros tampoco nos lo recuerden.
La intimidad es algo relativo...
En una sociedad colmena, como la nuestra, la intimidad es algo que no existe. Admitámoslo, no estamos solos, alguien nos observa, nos esucha... No es el Gran Hermano de George Orwell (1984), ni el de Telecinco; sino esa multitud de pequeños hermanos que nos rodean, siendo otra obrera más, dentro del complejo entramado de celdas de nuestro entorno.
Nosotros necesitamos intimidad. Es algo primario, básico..., ¡incluso un derecho fundamental de cualquier constitución que se quiera llamar democrática! Pero, sencillamente, no existe. Entonces, ¿qué hacemos? La inventamos. Creamos una mentira y decidimos creela.
Esto es la falsa sensación de intimidad, y te lo digo sólo a ti, ahora que estamos solos.
Nadie te observa...
Dedicado a Wachinayn, que me mostró el futuro asimoviano.
En una sociedad compleja como la nuestra, en la que todos pugnamos por un espacio, porque vivimos en estos macrohormigeros que llamamos ciudades; es difícil encontrar un lugar en el que estés realmente solo o en intimidad con alguien. Pero, claro, todos necesitamos sentirnos seguros para expresar algunos sentimientos o desarrollar algunas acciones.
Por ejemplo, no le contamos nuestras penas a cualquiera, ni hacemos cosas como besar a nuestra pareja delante de nuestros padres (yo, al menos, es algo que siempre he tendido a evitar); porque consideramos que es algo personal, que nos afecta a nosotros y no es, desde luego, de interés público.
Sin embargo, vemos cómo, sentados en un lugar como un metro abarrotado, una persona le cuenta a otra lo mal que lo está pasando por una razón realmente íntima. Por supuesto, nosotros, que no tenemos nada mejor que hacer, activamos la parabólica, pero sin participar en la conversación. No es que seamos cotillas, simplemente no hay nada mejor que hacer y han captado nuestra atención. Muchas veces, tardamos un rato en darnos cuenta de que estamos escuchando con bastante atención una conversación que ni nos va, ni nos viene.
Esa persona que sufre, no tiene en cuenta que tú, o todo el vagón, le estáis escuchando, porque, para ella, en ese momento, sólo cuenta su interlocutor; y el resto del mundo no existe. No estáis invitados a participar de la conversación, y jamás lo haríais, porque eso rompería el protocolo de hacer como que no me entero de nada. Y es que todos formamos parte de una especie de pacto para no romper esa falsa sensación de intimidad de la que hablo, puesto que, si lo hiciéramos, romperíamos la magia en la que muchas veces nos vemos inmersos. Todos necesitamos un espacio que no tenemos, así que simulamos que existe, y nos lo creemos, porque no podemos vivir con la idea de que siempre nos están observando (aunque sea cierto).
Los chavales de mi instituto, por ejemplo, cuando se besan apasionadamente en un ricón del patio, donde todos les estamos viendo, creen estar en un lugar seguro e íntimo. Si no, ¿por qué no lo hacen en medio y cobran la entrada? Porque les da corte que les vean. Pero, cómo no hay otra forma, se sitúan en un sitio en el que, aunque todos pueden verles, se sienten en intimidad. Embotados sus sentidos por los dulces aromas del amor (o el hedonismo, que de todo hay en la viña del Señor), todo lo que hay a su alrededor desaparece y pueden expresar sus sentimientos libremente; aunque sea en ese rincón del patio en el que hasta la profesora (que soy yo) puede verlos.
No es ninguna tontería esto que os digo. Creo que Asimov (Los robots del amanecer, 1983) acertó cuando presagió un mundo en el que era de mala educación hablar en el baño, porque limitaba la sensación de intimidad de áquel que estaba al lado. Ésto mismo sucede hoy día, allá donde vamos. Necesitamos sentir que nadie nos observa, nadie nos escucha..., que estamos solos, o sólo en compañía de ciertas personas. Entonces, surge ese pacto no escrito de no recordar a los demás que no están solos, para que a nosotros tampoco nos lo recuerden.
La intimidad es algo relativo...
En una sociedad colmena, como la nuestra, la intimidad es algo que no existe. Admitámoslo, no estamos solos, alguien nos observa, nos esucha... No es el Gran Hermano de George Orwell (1984), ni el de Telecinco; sino esa multitud de pequeños hermanos que nos rodean, siendo otra obrera más, dentro del complejo entramado de celdas de nuestro entorno.
Nosotros necesitamos intimidad. Es algo primario, básico..., ¡incluso un derecho fundamental de cualquier constitución que se quiera llamar democrática! Pero, sencillamente, no existe. Entonces, ¿qué hacemos? La inventamos. Creamos una mentira y decidimos creela.
Esto es la falsa sensación de intimidad, y te lo digo sólo a ti, ahora que estamos solos.
Nadie te observa...
Dedicado a Wachinayn, que me mostró el futuro asimoviano.
domingo, junio 05, 2005
El lado oscuro
Es curioso, ¿verdad? Un post que se llama "El lado oscuro" en el blog de "La noche oscura". Desde luego, hoy no parece estar muy luminoso esto...
Bromas malas a parte, este es mi segundo post en menos de 24 horas. No os acostumbréis, porque no va a ser lo normal (gracias a Dios). La cuestión es que unos amigos míos me dijeron algo ayer que me incitó a escribir esto y, aunque ya tenía pensado el post anterior, no podía dejar de poner algo al respecto.
Según ellos, este es mi lado oscuro, el que muestro en el blog. Por lo visto, es mi particular cara oculta de la luna, y es que yo, aunque no lo parezca, suelo ser una chica muy campechana, que vive al límite del absurdo. En general, digo muchas tonterías y hago muchas bromas, lo que, según ellos, choca con el tono serio de este blog.
Todo esto me parece tremendamente interesante, porque en muchos ambientes consideran que soy una persona muy seria y responsable. Y, por supuesto, no conozco a nadie que me considere "normal". Para todos soy un bicho raro. El único que no lo pensaba era mi padre, por lo visto; ya que, el otro día, cuando le enseñé la DS que me había comprado, me dijo: Y yo que pensé que tú eras normal... En parte, me alegro de haberle desengañado.
En realidad, creo que este fenómeno de presentar varias caras totalmente distintas, según el ambiente en el que esté; no es una faceta de la personalidad que me pertenezca en exclusiva, ni siquiera a un grupo limitado de individuos. Se me ocurren ejemplos que demuestran que, todas las personas a las que conozco mínimamente, tienen este tipo de comportamientos antagónicos y complementarios. No conozco a nadie tan serio que no se ría nunca, ni a alguien tan risueño que no ponga cara de circunstancias de vez en cuando.
Entonces, ¿quién soy en realidad? ¿La chica rara de mi clase, la amiga estrafalaria y absurda de mis amigos, la persona seria y metafísica de este blog...? Creo que soy todas y ninguna. Todos tenemos muchas caras, y eso no significa que seamos falsos. Simplemente, nos comportamos de un modo u otro, porque es la forma en que estamos acostumbrados a relacionarnos en un entorno concreto. Yo, cuando voy a clase, voy a estudiar, así que me pongo el chándal y estudio; cuando estoy en el instituto, cojo la carpeta de notas y me pongo en modo profesora; si estoy con mis amigos, desconecto todas las inhibiciones y me lanzo hasta el absurdo; si escribo en el blog, empiezo a sacar punta a las cosas que me pasan y dejo que se me vaya un poco la pinza, mientras os cuento mi vida. No soy una tribu de uno (Simon Hawke, editorial Timun Mas), en la que conviven distintas personalidades que se manifiestan de forma independiente y que pueden llegar a entrar en conflicto. Sólo soy una chica que compagina distintos entornos en el marco de su vida, por lo que me comporto de forma diferente según el lugar donde me encuetro.
En el fondo, si lo pensáis un segundo, seguro que a vosotros también os pasa. ¿O no...?
Dedicado al León Cordero, alias Lambert.
sábado, junio 04, 2005
La naturaleza bien, pero fuera de mi casa
Hoy, me ha pasado algo realmente fuera de lo habitual. Entro en mi habitación, después de la ducha, y, de repente, veo que una avispa entra por la ventana, que estaba abierta, y se mete en el hueco que hace un joyero que tengo con el lateral de la estantería en la que se encuentra. Después, sale muy ufana por donde entró y me deja sola en mi cuarto, abordada por terribles sospechas que me conducen hasta el objeto en cuestión, que empujo con meticuloso cuidado. Entonces, aparece ante mis ojos la confirmación de mis temores...
Para los profanos, lo que hay en el canto de joyero no es otra cosa que el inicio de un avispero. Podéis imaginar mi nerviosismo y estupor ante el terrible descubrimiento. ¡Un avispero en mi cuarto, en mi habitación, junto a mi mesa de estudio y mi cama!
En ese mismo momento, decidí que tenía que deshacerme de estos inquilinos que habían comenzado la edificación de su casa, sin permiso de obras por parte de la propietaria del terreno, esto es, sin mi autorización. El asunto es... ¿Quién sabe cómo se soluciona un problema como éste?
Yo sabía que los bomberos atienden situaciones relacionadas con avisperos indeseables, pero algo tan minúsculo... Así que fui a la floristería para ver si ellos tenían alguna idea. "Rociarlo de alcohol y quemarlo", fue la única respuesta que obtuve. Claro, eso es muy eficaz en exteriores, pero no voy a prender mi estantería de madera dentro de mi casa... No tiene ningún sentido.
Después, fui a la droguería, donde me ofrecieron un porducto letal y venenoso cuyos efectos duran todavía en mi cuarto. Es más, no me atrevo a dormir allí esta noche, por temor a fallecer intoxicada (y lo digo totalmente en serio). En fin, espero que el precio sea lo suficientemente alto como para que mis inquilinas se transladen a otro barrio más rústico...
No sé si alguna vez habéis pensado en ello, pero somos unas criaturas tremendamente peculiares y contradictorias. Nos pasamos la vida cantando a la naturaleza y sus bondades, pero no queremos que se nos acerquen los insectos, que el mar se pique cuando vamos a la playa, que el viento sople con fuerza cuando practicamos senderismo, ni que la lluvia nos moje si optamos por dormir al raso... Vamos, que la naturaleza que nosotros amamos no se parece ni de lejos a la que la realidad nos ofrece.
Pero, por su esto fuera poco, queremos que nuestra casa esté en un entorno natural, aunque sin sus naturales inquilinos. Un ejemplo es mi historia de hoy. Yo vivo en una zona muy ajardinada, cerca de un lago en el que conviven varias especies de patos, peces y, en los alrededores, un importante abanico de aves e insectos; amén de conejos, ranas, sapos y culebras. Por tanto, ¿qué tiene de extraño que un insecto decida vivir en mi casa? Varias arañas lo han pensado a lo largo de los años, aunque yo las haya exterminado con un rigor hitleriano. Eso me molestaba, por supuesto, pero no me extrañaba. Sin embargo, mi nueva compañera de vivienda me incomodaba bastante más; quizá por falta de costumbre, quizá porque quería formar una familia numerosa tan cerca de mí.
El caso es que nosotros no amamos la naturaleza, amamos algunos de los aspectos que con ella se relacionan. Sin embargo, lo cierto es que sólo nos queremos a nosotros mismos, a nuestra especie y aquello que nuestra especie puede hacer con lo que la física y la biología nos han regalado.
La naturaleza bien, pero fuera de mi casa.
Dedicado a Bea-chan.
Para los profanos, lo que hay en el canto de joyero no es otra cosa que el inicio de un avispero. Podéis imaginar mi nerviosismo y estupor ante el terrible descubrimiento. ¡Un avispero en mi cuarto, en mi habitación, junto a mi mesa de estudio y mi cama!
En ese mismo momento, decidí que tenía que deshacerme de estos inquilinos que habían comenzado la edificación de su casa, sin permiso de obras por parte de la propietaria del terreno, esto es, sin mi autorización. El asunto es... ¿Quién sabe cómo se soluciona un problema como éste?
Yo sabía que los bomberos atienden situaciones relacionadas con avisperos indeseables, pero algo tan minúsculo... Así que fui a la floristería para ver si ellos tenían alguna idea. "Rociarlo de alcohol y quemarlo", fue la única respuesta que obtuve. Claro, eso es muy eficaz en exteriores, pero no voy a prender mi estantería de madera dentro de mi casa... No tiene ningún sentido.
Después, fui a la droguería, donde me ofrecieron un porducto letal y venenoso cuyos efectos duran todavía en mi cuarto. Es más, no me atrevo a dormir allí esta noche, por temor a fallecer intoxicada (y lo digo totalmente en serio). En fin, espero que el precio sea lo suficientemente alto como para que mis inquilinas se transladen a otro barrio más rústico...
No sé si alguna vez habéis pensado en ello, pero somos unas criaturas tremendamente peculiares y contradictorias. Nos pasamos la vida cantando a la naturaleza y sus bondades, pero no queremos que se nos acerquen los insectos, que el mar se pique cuando vamos a la playa, que el viento sople con fuerza cuando practicamos senderismo, ni que la lluvia nos moje si optamos por dormir al raso... Vamos, que la naturaleza que nosotros amamos no se parece ni de lejos a la que la realidad nos ofrece.
Pero, por su esto fuera poco, queremos que nuestra casa esté en un entorno natural, aunque sin sus naturales inquilinos. Un ejemplo es mi historia de hoy. Yo vivo en una zona muy ajardinada, cerca de un lago en el que conviven varias especies de patos, peces y, en los alrededores, un importante abanico de aves e insectos; amén de conejos, ranas, sapos y culebras. Por tanto, ¿qué tiene de extraño que un insecto decida vivir en mi casa? Varias arañas lo han pensado a lo largo de los años, aunque yo las haya exterminado con un rigor hitleriano. Eso me molestaba, por supuesto, pero no me extrañaba. Sin embargo, mi nueva compañera de vivienda me incomodaba bastante más; quizá por falta de costumbre, quizá porque quería formar una familia numerosa tan cerca de mí.
El caso es que nosotros no amamos la naturaleza, amamos algunos de los aspectos que con ella se relacionan. Sin embargo, lo cierto es que sólo nos queremos a nosotros mismos, a nuestra especie y aquello que nuestra especie puede hacer con lo que la física y la biología nos han regalado.
La naturaleza bien, pero fuera de mi casa.
Dedicado a Bea-chan.
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