Otro viaje sobre el que voy a hablar a toro pasado, pero espero que me perdonéis.
El viaje de ida fue bien, cosa que no puedo decir del de vuelta, puesto que los retrasos volvieron a estar a la orden del día (es mi sino). El caso es que llegamos a la nueva terminal internacional de Bangkok (yo había estado en la antigua y no os podéis imaginar lo que ha mejorado aquello) y entre el control de pasaportes y los atascos para entrar en la ciudad, tardamos media vida en llegar al hotel, situado en las afueras de la ciudad.
Por supuesto, no puedo dejar de comentar que habían drenado los canales, lo que nuestras pituitarias agadecieron inmensamente, puesto que hablamos de la ciudad más pestilente que yo jamás haya pisado y, en este viaje, podíamos respirar perfectamente desde el primer momento. Es cierto que, a pesar de todo, es una ciudad de fuertes olores, ya que hay muchísimos puestos de comida ambulante que se caracterizan por el uso de muchas especias. En cualquier caso, mejor a comida que a agua podrida.
Sólo vi el Palacio Real y algunos templos desde fuera, todos ellos con esa arquitectura y esos techos que tanto les caracterizan. Es un estilo recargado, pero también muy armónico. La verdad es que me gusta.
En el único lugar sagrado en el que estuve, fue la catedral católica de Bangkok. Es realmente bonita, de estilo colonial, y, dado que tampoco hay mucho que "ver" en la ciudad, resulta una parada curiosa.
Lo que más visité fueron los mercados, mundialmente conocidos por sus falsificaciones. De todos ellos, el que más me gustó fue Chatuchak (o Weekend Market). Se trata del mercado más grande del mundo, con unos 9000 puestos en los que se puede encontrar todo lo que a uno se le pueda ocurrir. La verdad es que llegamos de chiripa, dado que íbamos a un centro comercial llamado Siam, pero el taxista dijo que había mucho atasco y que no nos llevaba, dejándonos tiradas en la estación de metro más cercana a este mercado. Después fuimos a Siam en tuk-tuk (en el que tuvimos un accidente con un coche y todo), pero no valía nada al lado de nuestro casual descubrimiento (no era más que un Corte Inglés en Tailandia).
Sin embargo, lo mejor que hay en Tailandia es la gente. Son extremadamente amables. Tanto es así, que si tratas con ellos y, por lo que sea, eres un poco brusco en algo que dices o haces, se inhiben, haciéndote sentir bastante culpable.
De todos ellos, me quedo con June, nuestra conductora. Nos llevaba a trabajar en su BMW azul todos los días. Era muy maja y amable y tengo que agradecerle su paciencia y atenciones.
Por otro lado, debo decir que me ponían malísima los pederastas europeos que iban paseando a niñas y niños por la calle hacia lo que, evidentemente, era un "inadecuado desenlace". Me revolvían las tripas los muy h... de p... Ojalá la legislación tailandesa cuiadara un poco más esas cosas. Es cierto que es destino de mucho turismo sexual, pero creo que pueden aspirar a algo mucho mejor que eso, teniendo en cuenta su riqueza natural y cultural.
Dedicado a June y todos los tailandeses que hemos tratado.
miércoles, agosto 29, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario