jueves, junio 09, 2005

La falsa sensación de intimidad

Hoy os voy a hablar de una de mis teorías sobre la percepción relativa que tenemos los humanos de las cosas. En este caso, le ha tocado a lo que yo llamo "falsa sensación de intimidad".

En una sociedad compleja como la nuestra, en la que todos pugnamos por un espacio, porque vivimos en estos macrohormigeros que llamamos ciudades; es difícil encontrar un lugar en el que estés realmente solo o en intimidad con alguien. Pero, claro, todos necesitamos sentirnos seguros para expresar algunos sentimientos o desarrollar algunas acciones.

Por ejemplo, no le contamos nuestras penas a cualquiera, ni hacemos cosas como besar a nuestra pareja delante de nuestros padres (yo, al menos, es algo que siempre he tendido a evitar); porque consideramos que es algo personal, que nos afecta a nosotros y no es, desde luego, de interés público.

Sin embargo, vemos cómo, sentados en un lugar como un metro abarrotado, una persona le cuenta a otra lo mal que lo está pasando por una razón realmente íntima. Por supuesto, nosotros, que no tenemos nada mejor que hacer, activamos la parabólica, pero sin participar en la conversación. No es que seamos cotillas, simplemente no hay nada mejor que hacer y han captado nuestra atención. Muchas veces, tardamos un rato en darnos cuenta de que estamos escuchando con bastante atención una conversación que ni nos va, ni nos viene.

Esa persona que sufre, no tiene en cuenta que tú, o todo el vagón, le estáis escuchando, porque, para ella, en ese momento, sólo cuenta su interlocutor; y el resto del mundo no existe. No estáis invitados a participar de la conversación, y jamás lo haríais, porque eso rompería el protocolo de hacer como que no me entero de nada. Y es que todos formamos parte de una especie de pacto para no romper esa falsa sensación de intimidad de la que hablo, puesto que, si lo hiciéramos, romperíamos la magia en la que muchas veces nos vemos inmersos. Todos necesitamos un espacio que no tenemos, así que simulamos que existe, y nos lo creemos, porque no podemos vivir con la idea de que siempre nos están observando (aunque sea cierto).

Los chavales de mi instituto, por ejemplo, cuando se besan apasionadamente en un ricón del patio, donde todos les estamos viendo, creen estar en un lugar seguro e íntimo. Si no, ¿por qué no lo hacen en medio y cobran la entrada? Porque les da corte que les vean. Pero, cómo no hay otra forma, se sitúan en un sitio en el que, aunque todos pueden verles, se sienten en intimidad. Embotados sus sentidos por los dulces aromas del amor (o el hedonismo, que de todo hay en la viña del Señor), todo lo que hay a su alrededor desaparece y pueden expresar sus sentimientos libremente; aunque sea en ese rincón del patio en el que hasta la profesora (que soy yo) puede verlos.

No es ninguna tontería esto que os digo. Creo que Asimov (Los robots del amanecer, 1983) acertó cuando presagió un mundo en el que era de mala educación hablar en el baño, porque limitaba la sensación de intimidad de áquel que estaba al lado. Ésto mismo sucede hoy día, allá donde vamos. Necesitamos sentir que nadie nos observa, nadie nos escucha..., que estamos solos, o sólo en compañía de ciertas personas. Entonces, surge ese pacto no escrito de no recordar a los demás que no están solos, para que a nosotros tampoco nos lo recuerden.

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La intimidad es algo relativo...


En una sociedad colmena, como la nuestra, la intimidad es algo que no existe. Admitámoslo, no estamos solos, alguien nos observa, nos esucha... No es el Gran Hermano de George Orwell (1984), ni el de Telecinco; sino esa multitud de pequeños hermanos que nos rodean, siendo otra obrera más, dentro del complejo entramado de celdas de nuestro entorno.

Nosotros necesitamos intimidad. Es algo primario, básico..., ¡incluso un derecho fundamental de cualquier constitución que se quiera llamar democrática! Pero, sencillamente, no existe. Entonces, ¿qué hacemos? La inventamos. Creamos una mentira y decidimos creela.

Esto es la falsa sensación de intimidad, y te lo digo sólo a ti, ahora que estamos solos.

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Nadie te observa...




Dedicado a Wachinayn, que me mostró el futuro asimoviano.

1 comentario:

Hîthwen Fëadür dijo...

Aunque no pueda estar de acuerdo en todo me gusta como escribes, dejas pocas cosas en el tintero;) te voy a poner un link en mi blog