jueves, enero 26, 2006

Koalas, canguros... Aun no he visto ni uno...

Hace tiempo que no escribo y observareis que en esta entrada no hay un solo acento, ni una sola letra de esas que parecen una ene, pero que tienen un gorrito encima. Ademas, no abrire ningun interrogante, ni signo de exclamacion.

En efecto, no tengo un teclado de los nuestros, ni permisos en este ordenador como para hacer una entrada en condiciones. Pero bueno, es mejor que nada. Ademas, tenia bastantes ganas de escribir, asi que he decidido lanzarme.

Ahora mismo, estoy en Autralia, trabajando como una campeona. Asi sera los proximos tres meses, porque estamos aqui para los Juegos de la Commonwealth, un campeonato en el que, como dice mi jefe: Los anglosajones recuerdan que una vez fueron un gran imperio y les ayuda a sentirse importantes.

Y os preguntareis que os importa a vosotros mi vida y para que os estoy contando todo esto, pues para introducir esta entrada, claro, que, en esta ocasion, va a tratar sobre los topicos de la vida.

Cuando le decia a la gente que venia a Australia, todo el mundo me decia que le trajera un canguro, un koala, un kiwi, que llevara fotos de la barrera de coral... Pero esto no va asi, se trata de un monton de topicos que, como siempre, tienen un atisbo de verdad, pero no son reales del todo.

Ni koalas, ni canguros, ni kiwis... Lo unico un poco mas exotico que he visto ha sido un lemur que estaba trepando a un arbol en uno de los parques cercanos al hotel en que vivo. Y, bueno, la barrera de coral queda un poco a desmano de Melbourne, ciudad en la que me encuentro.

La verdad es que siempre que viajo es lo mismo, los mismos estereotipos sobre los lugares a los que uno va y sus habitantes, mas basados en la ignorancia que en el verdadero conocimiento de quienes te los transmiten. Nosotros hacia el lugar al que vamos, ellos del lugar del que procedemos, el caso es que todos tenemos muchos esquemas desfasados sobre la vida de los demas y, claro, cuando te pones a hablar con la otra persona, te das cuenta de que, en esencia, somos lo mismo, pero de un modo diferente.

Tolerancia y respeto son las claves de la convivencia en un mundo cada vez mas global. Si te acercas al otro y te molestas en conocerle, en comprenderle, en profundizar en sus motivaciones, su historia, su vida y cuanto ha marcado su cultura y su vida, te daras cuenta de que hay mucho que descubrir en los demas, en sus paises y en sus culturas. Si en lugar de imponer nuestros modelos culturales nos molestaramos en entender las razones que llevan a los demas a actuar, todo seria mas facil y hermoso, y podriamos ofrecer un futuro mucho mejor a los que vengan despues; porque la cultura es una riqueza.


Dedicado a aquellos que pasan conmigo estos dias y aventuras.

lunes, enero 02, 2006

Superyo

"Porque cuando soy débil, soy fuerte." (2 Corintios 12, 10)

Esta frase siempre me ha impactado. ¿Cómo se puede ser fuerte si se es débil?

Observo que en el mundo no hay sitio para los débiles. En general, los niños reciben una educación de tercera, los ancianos son tratados como trastos viejos de los que uno no sabe cómo dehacerse, los enfermos son mirados con recelo, los pobres tienen lo que se merecen, los inmigrantes son sospechosos, los discapacitados no tienen derecho ni a nacer... Vamos, que uno tiene que ser capaz de salir adelante por sí mismo con el mínimo de ayuda posible y procurar mostrarse firme a lo largo de toda su vida, si no quiere acabarse en ninguno de los casos anteriores; aunque está claro que todos estamos discapacitados para algunas cosas, que seremos viejos y que, pase lo que pase, no moriremos en perfectas codiciones de salud.

Si lo pensamos, somos una de las criaturas más débiles de la creación: Nacemos en un estado lamentable que no nos permite siquiera alimentarnos, aferrarnos a nuestra madre o evitar hacenos nuestras necesidades encima. Morimos de un modo muy parecido, en el mejor de los casos; atrapados por la senectud de un cuerpo limitado en sus movimientos, sus capacidades, sus posibilidades... Vivimos en una carne muy frágil, que se quema al sol y cuando hace frío. Nuestros huesos se quiebran con facilidad y luego nunca vuelven a ser lo que fueron. Ése es el precio que pagamos por ser unas criaturas tremendamente adaptativas. Es cierto que las ratas y las cucarachas también lo son, que podrían sobrevivir más allá de lo que nosotros seríamos capaces de soportar. Sin embargo, es gracias a nuestros excesos y podredumbres que son tan prósperas. Sin nosotros, no serían más que otros limitados animales en medio de un mundo lleno de predadores.

Quizá por lo débiles que somos, nos empeñamos en demostrar nuestra fuerza, nuestro poder, nuestra capacidad. Queremos poner límites al mar, decidir el curso de los ríos, atravesar las montañas, regar el desierto, barrer la playa... Nos sentimos capaces de elegir cómo debe ser el mundo, de modelarlo según nuestros designios... Pero el mundo se rebela y, cuando lo hace, contamos en miles nuestras perdidas; pero no en miles de euros, sino en miles de vidas.

He aquí nuestra filogénesis, nuestra lucha como especie: Creernos amos y señores de cuanto nos rodea.

Pero, ¿y nuestra ontogénesis? ¿Qué sucede en el interior de cada uno de nosotros? Que reproducimos a un nivel mucho más pequeño, limitado y doméstico lo que hemos heredado de nuestros padres, tanto de sus genes, como de sus obras.

En este caso, nuestra debilidad debe quedar oculta convenientemente. Nadie debe saber cuándo sufrimos, qué nos hace daño, porqué lloramos, ni qué es lo que nos hace realmente felices. Nuestro mayor secreto es que amamos, porque nos pone a merced del otro. Escondemos nuestros sentimientos e intentamos ser felices en las sonrisas que se desvanecen, en lugar de en la sangre que fluye. Una coraza envuelve nuestra alma, igual que la ropa envuelve nuestro cuerpo.

El tiempo pasa y la carcasa que nos cubría se vuelve uno con nosotros. Llega un momento en que estamos tan duros que nada puede penetrarnos. Y, entonces, encerrados en nosotros mismos, una tristeza profunda se adueña de nosotros, dejándonos en la indigencia de la soledad eterna de aquellos que son demasiado fuertes, demasiado poderosos, demasiado...

Somos tan fuertes, que no somos capaces de nada, porque nada merece la pena. Y la fuerza es nuestra debilidad.

Sin embargo, cuando todo hay que lucharlo, cuando el camino está lleno de trampas, cuando hay un dolor justificado por el fin de quien lo sufre, cuando las espinas de las rosas hacen brotar el néctar escarlata de lo más profundo de nuestro ser... Entonces podemos decir que hemos vivido y que ha valido la pena. "Porque cuando soy débil, soy fuerte." (2 Corintios 12, 10)


Dedicado a Áquel que es mi Luz y mi Salvación.