lunes, agosto 29, 2005

Crisol de culturas

Me fui a Turquía, volví, me puse al día sobre el desarrollo de la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, he pasado el fin de semana en Bilbao... Vamos, que no he parado un momento, y no pienso parar, puesto que el domingo me voy a un seminario y un congreso europeos sobre gestión deportiva, en los que me encontraré con estudiantes y profesionales de todo el continente.

Tanto trasiego y tanto viaje me llevan a plantearme porqué las personas somos tan diferentes y tan iguales.

Me resulta insoportable ver en la televisión cada día cómo unos seres humanos eliminan a otros de mapa, sólo porque les molestan; que hay millones de personas muriendo de hambre, mientras otros fallecen por sobrepeso; el modo en que los ricos miran a los pobres, los famosos a los "desconocidos", los de arriba a los de abajo... Y las miradas que los otros les devuelven. Es escalofriante pensar que todos somos, en esencia, la misma cosa: Un cúmulo de células con 23 pares de cromosomas cada una, nacidos de una mujer, cubiertos de sangre y llorando. Pero, claro, unos nacen en el hospital que tiene la última tecnología, y otros sobre la última sábana medio limpia que queda en una chabola (si no en la calle).

Pon dos niños de cualquier condición social uno al lado del otro y acabarán jugando. Pon dos adultos de condiciones sociales opuestas, de ideologías encontradas, de religiones en conflicto... Y da gracias si, con un poco de suerte, se quedan cada uno en su sitio, sin generar ningún altercado.

Prejuicios. Eso es de lo que hablo: Prejuicios.

Yo hago gala de un montón de ellos. Tú los tienes casi en la misma medida. Ellos los inventan, los intercambian y los hacen públicos, para que todos los tengamos en cuenta.

Como decía Sabina (Como te digo una co, te digo la o, Madrid 1998): ¿O todos los vascos van con metralleta? Pues no, mire usted.

Es muy fácil encasillar a la gente, generalizar... Pero incurrimos en una gran injusticia, en una gran mentira. Nos enfrentamos, incluso, a la gran farsa de la estadística. Hablamos de medias, de normalidad, de rentas per capitas... ¿Y la gente? ¿Y las personas? ¿Qué son, sólo un número?

Disculpen, pero no. Cuando vas a un sitio y conoces a sus gentes, te das cuenta de que no todo es como te habían contado, que hay un mundo mucho más amplio y hermoso de lo que habías soñado, pero también más desolador.

Una montaña vista desde el cielo es una extensión de terreno entre los valles. En cambio, si la miras de frente, te das cuenta de su altura, de su magnificencia, de su inmensidad. Es la misma montaña, pero tu prespectiva es completamente distinta y, por tanto, la imagen que te llevas de ella no tiene nada que ver. Lo mismo pasa con los países, con las culturas, con las comunidades, con las personas...

¿Con qué ojos miras a alguien que se acerca a ti desde un jaguar? ¿Y si sale de un cubo de basura? ¿Es lo mismo el que viste Massimo Dutti que el que viste de la beneficencia?

Podréis decirme que son personas, hablarme de igualdad, decirme que los inmigrantes subsaharianos legales tienen los mismos derechos que los suizos (por poner un país que no es de la Unión Europea), intentar convencerme de que la legislación ampara a todos y que nadie puede escaquearse de la justicia... ¡Qué bonita es la teoría! Y, sin embargo, ¡qué dura es la realidad!

Dejemos de predicar bonitas palabras sobre desarrollo sostenible. Paremos de hablar de tolerancia y respeto a los demás. No nos atrevamos a decir que la justicia es igual para todos, a menos que reconozcamos que no existe para nadie...

No nos engañemos, por favor. El mundo es uno, concreto, tangible... Si queremos que sea diferente, que sea mejor, tendremos que hacerlo nosotros. Y, aún a riesgo de repetirme, sólo hay una cosa que mueve a todos los hombres en una sola dirección positiva: El AMOR.

A ver si empezamos a querernos un poquito más, a perdonarnos esos pequeños y grandes errores, a mirarnos con los ojos del que tiene delante a alguien que sufre y parece como él. Quizá, si nos esforzamos, seamos capaces de meternos en los pequeños zapatos de ese niño que pide en la esquina, de ese empresario que llega a casa a las tantas de la noche, de esa ancianita que sonríe cuando pasa, de aquellos vecinos que me caen tan gordos, del chaval al que le gusta mi amiga, de los que siempre están a mi lado y los que siempre me dejan tirada... Puede que, a pesar de las ampollas que nos salgan en los pies (o precisamente por ellas), empecemos a apreciar un poquito más las vidas de los que nos rodean, sus posturas, sus ilusiones, sus sueños, sus sentimientos, sus miedos y, en general, al conjunto de circunstancias que condicionan a sus personas.

Puede que un día despertemos y decidamos que ya basta de juzgar tanto a los demás y que, ¿por qué no? Hoy puede ser el día en que mire a los ojos a cuantos me rodean y piense al fijar mis pupílas en las suyas: No siempre te entiendo, pero quiero intentarlo. No siempre estoy a tu lado, pero no quiero dejarte en la estacada. No tenemos nada que perder, así que intentemos dar lo mejor de cada uno.

Hay una serie en televisión que se llama El pasado es hoy. Pues no te lo creas. Hoy es el único día de tu vida.


Dedicado a quien haya sonreido hoy.

1 comentario:

Audril dijo...

Muy buen comentario.

Es increible como nos manipulan unos y otros (los poderosos) intentando crearnos prejuicios contra lo que les molesta en cada momento. Por poner un ejemplo, en el caso de los musulmanes, hay un chorro de falsos intelectuales que se dedican a promover la falta de respeto hacia esta cultura en este pais con toda impunidad, y muchisima gente que los lee. Y asi contra todo.

Es inevitable tener algun prejuicio, tambien como humanos que somos, pero pienso que la forma de evitar esto es no dejar que te manipulen e intentar concocer las cosas por uno mismo.


Un saludo (y muchas gracias por pasarte por mi blog :D)