domingo, mayo 29, 2005

Ahora que vamos despacio...

Ya os conté que, debido a una lesión, tengo que andar con muletas y, por supuesto, camino tan despacio que los caracoles me sacan la lengua mientras me adelantan. ¡Dura vida la del lisiado...!

La verdad es que estoy bastante cansada de poder moverme poco y mal, pero he de reconocer que también tiene su lado amable.

El otro día, me tocó ir de médicos y, por tanto, moverme un poco por la ciudad. Suelo ir muy rápido de un lado a otro (cuando estoy sana), pero ahora camino con increíble lentitud. La verdad es que fue magnífico porque, debido a mi escasa velocidad, reparé en detalles que, en otras circunstancias, se me habrían escapado. Así es como, andando por la calle Ibiza, mi mirada se detuvo en un escaparate. Era una tienda de libro antiguo y había un hombre entrando y saliendo de la misma, metiendo y sacando libros. Parte de la mercancía estaba en la calle y, detrás del cristal, había inmensas columnas de papel y cartón anárquicamente ordenadas. Mi mirada estaba fija en una portada azul con letras blancas y el dibujo esquemático de una niña como danzando. El título rezaba: EDUCACION FISICA FEMENINA (los veteranos recordaréis que cuando éramos pequeños las mayúsculas todavía no se acentuaban). Se trataba, según el subtítulo del texto oficial para las escuelas de magisterio y se trataba de una edición de1955 (desconozco si hubo otras). Además, era una publicación de la Sección femenina de F.E.T. y de las J.O.N.S.. Es posible que todo esto no os diga nada, pero a mí se me caía la baba conforme me acercaba. De hecho, me aproximé con indecisión a la puerta del pequeño comercio y el tendero me miró con cierta ansiedad, mientras me invitaba a quitarme de su eterno camino de ida y vuelta. Por fin, decidí entrar en el establecimiento para preguntar el precio de la pequeña joyita. El dueño me dijo que eran 12 € en un primer momento, pero, cuando volvió con el ejemplar, se retractó, dejando en 9 € el precio final del manual. Tenía ciertos desperfectos y, por tanto, su valor era menor. Así fue como me hice con mi primer dinosaurio literario sobre la Educación Física. Creo que debería frecuentar más esos recónditos comercios de lo viejo, para ver qué más sorpresas me deparan este tipo de santuarios del papel amarillento y las letras mil veces leídas.

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Muy contenta con mi nueva adquisición, dirigí mis pasos hacia el metro. Un rato después, me encontraba subiendo Principe de Vergara a paso lento, pero decidido. Yo no sabía que había tantos gallegos en Madrid, quizá porque no tienen nada de acento; pero siempre que preguntaba por el sitio al que iba, me contestaban que estaba cerca. Pero no, todavía no se divisaba desde esa bocacalle, ni desde la siguiente, ni desde la que había después de ésa. Yo miraba en todas direcciones, en busca de esa señal que demuestra que estás andando en la dirección equivocada, pero sin encontrarla; así que seguía subiendo la calle, con bastante esfuerzo, si se me permite la observación.

Iba escuchando música en mi mp3 y mirando alrededor, a la par que esquivaba transeúntes y barreras arquitectónicas. Aquello recordaba a un videojuego con escenarios bien diseñados. El fondo era bonito, pero había enemigos que se interponían en mi camino, con más o menos nivel; y algunas trampas que se activaban cuando menos lo esperaba. Es curioso cómo el enlosado de la calle puede adquirir todo tipo de matices, gracias a unas inexistentes juntas de dilatación y a nuestros grandes amigos los "zanjeros"; criaturas, generalmente de origen extranjero, que, armados con todo tipo de artefactos, se dedican a levantar el suelo, creando pequeños precipicios a lo largo y ancho de toda la ciudad.

De esta guisa, y sin conseguir bonus extra, alcancé mi primera meta, con la misma ilusión que Mario llegaba al casillito y saltaba sobre la bandera. Pensé que había llegado el momento de los créditos, pero me equivoqué. Aún me quedaban varias pantallas antes de terminar la partida y rescatar a la Princesa; pero no voy a alargarme en este tema, porque todavía no he alcanzado al monstruo final de este juego. Llevo ya 3 niveles y todavía me quedan unos cuantos...

En fin, volviendo al tema... Gracias a mi lento caminar, reparé en dos edificios muy bonitos. Uno es una iglesia con estatuas de ángeles en su punto más alto. El otro, un colegio, visiblemente religioso, de hermosa arquitectura e imponentes vidrieras. Es curioso cómo casi cualquier templo de la capital es más bonito que la Catedral de la Almudena, cuya decoración calificaremos de "humilde" decoración, por no llamarla "horrenda", que es más fiel a la verdad, pero falta un poco a la caridad...

Ambos edificios me recordaban a la arquitectura belga que tuve la suerte de visitar en septiembre del año pasado, pero mucho menos recargada. Una visión agradable, cuando sabes que pasará algunos minutos al alcance de tu vista, antes de conseguir dejarla atrás.

La verdad es que todo te lo tienes que tomar con calma en este estado, y es algo a lo que no estoy acostumbrada. Yo, que siempre tengo que estar pendiente de no dejar atrás a los demás mientras camino, soy esperada con paciencia por los míos una, y otra, y otra vez más. Se meten un poco conmigo, pero lo hacen con cariño (o eso quiero pensar yo). Además, me doy cuenta de que aún quedan personas que se interesan por los demás, incluso aunque no los conozcan, y es bueno tener conciencia de esas cosas; porque vivimos en un mundo muchas veces hostil y esas personas son como un soplo de aire fresco en la cumbre del volcán. Me cuesta mucho pedir ayuda y reconocerme débil, pero esta cura de humildad me está ayudando a darme cuenta de que siempre hay alguien cerca con quien se puede contar en un momento dado.

Ir despacio por la vida me cuesta mucho. Ahora me viene impuesto y, aunque espero recuperar pronto mi movilidad habitual, reconozco que este estado me está enseñando cosas que no debo olvidar.


Dedicado a mi pequeño Padawan.

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