martes, mayo 31, 2005

La violencia y la palabra

Una vez más, mis alumnos toman la iniciativa y generan una situación que me hace reflexionar sobre cómo va el mundo.

Teniendo en cuenta que está de moda hablar del acoso de unos niños a otros en los colegios, ayer me pasó algo "curioso" en clase. Estaba yo explicando cómo tenían que desarrollar la actividad con la que les iba a evaluar el bloque de Expresión Corporal (por si no lo he dicho antes, soy profe de Educación Física) y un alumnos muy metiche vino a contarme que un compañero estaba estrangulando a otro. En realidad, sólo lo tenía inmovilizado por el cuello y, después de regañarles, me dió la sensación de que estaban jugando, porque ninguno de los dos dijo nada para defenderse o acusar al otro (se pasan la vida haciendo el tonto, así que no hubiera sido nada raro). El caso es que, un rato después, se me acerca el primer chico y me dice que el agresor había pegado una patada al otro. Me acerco a averriguar qué ha pasado y me encuentro con un chaval (el que le había dado al compañero) totalmente fuera de sí, justificándose en que el otro era un vacilón y estaba harto de ser objeto de sus mofas. Mientras intentaba tranquilizarlo, el otro seguía haciendo comentarios sin parar y el chivato no dejaba de meter pulla. En un momento dado, y sin saber muy bien cómo, el muchacho que intentaba calmar terminó de enajenarse y se lanzo sobre el otro, golpeándole repetidas veces, antes de que pudiéramos detenerle (tengamos en cuenta que yo sigo con mis muletas).

Lo curioso de este caso es que, habiendo hablado con todas las partes, testigos, etc.; creo que la víctima no fue quien se llevó los golpes, sino quien los propinó. Puede parecer contradictorio, pero así es como lo siento y, hablando con mi tutora (soy profe, pero estoy de prácticas en un instituto de secundaria), ella opinaba lo mismo. No justificamos la actuación del chico, porque la violencia no conduce a nada bueno, pero creemos que, en este caso, él fue el más perjudicado.

Las palabras no siempre se las lleva el viento. Muchas quedan marcadas a fuego en el corazón de quien las recibe, sean para bien o para mal. El moratón producido por un golpe se cura, pero la herida dejada por una palabra puede quedar sangrando muchos años, incluso toda una vida. Cuando lanzamos una palabra contra alguien, ésta tiene la capacidad de entrar por el oído y abrirse paso hasta lo más profundo de la persona. Por eso, hay que tener cuidado con lo que se dice a los demás, tanto en el contenido, como en la forma. Hay muchas maneras de decir las cosas y, en ocasiones, no nos damos cuenta del daño que puede hacer la onda expansiva de nuestra voz.

La lengua es muy rica y no debemos olvidar que es el medio de comunicación por excelencia entre las personas. Por eso, debemos aprender a utilizarla con destreza, mesura y delicadeza. Es nuestra obligación conocer sus matices y sutilezas, con el fin de no errar en nuestras expresiones y en nuestras formas, siendo capaces de acariciar al otro, de levantarlo o, incluso, de golpearlo con contundencia cuando las circunstancias así lo requieran. Eso sí, debemos ser prudentes con el uso que hacemos de nuestros órganos fonadores, porque son un arma de doble filo que, igual que pueden servir a los más altos fines, pueden ser el arma más diabólica, utilizada contra una persona, si alcanzamos uno de sus puntos flacos.

Dicen que nunca te arrepentirás de algo que no has dicho. Yo os aseguro que eso es mentira. ¡Cuántas veces no nos arrepentimos de no haber dicho a alguien lo mucho que le queríamos antes de que se marchara de nuestro lado! ¡Cuántas ocasiones nos callamos esa palabra que nuestro corazón clama por gritar a los cuatro vientos y, luego, al recordarlo nos llenamos de congoja por no haber seguido nuestros impulsos más profundos! No, hay cosas que uno no debe callar nunca. Sin embargo, no seamos como el "malhechor" que describe el salmista, de quien dice: Su corazón es perverso; su garganta es un sepulcro abierto (Sal. 5, 10). Tengamos cuidado de no cometer iniquidad con esa lengua que tantas veces nos pierde.

Dice el evangelista (puestos a citar las Escrituras): Por la Palabra se hizo todo, y sin la Palabra no se hizo nada (Jn 1, 3). A ver qué hacemos nosotros con nuestras palabras, o qué dejamos de hacer...


Dedicado al Ratón lingüista.

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