lunes, mayo 23, 2005

La alegría de ser padres

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No me canso de ver cómo personas inocentes pagan los errores de aquellos que les rodean. Por ejemplo, mis alumnos (soy profe) pagan la violencia, el pasotismo, el desdén, el odio y la falta de interés de sus padres. Ya no se tienen hijos por amor, sino porque toca. ¿Tienes 30 años? ¡Pues va siendo horita!

Y ahí están, una carga innecesaria que fastidia los planes del fin de semana, las vacaciones y dan la coña cuando vuelves del trabajo. ¡Y, encima, tienen la indecencia de enfermar cuando menos conveniente resulta! ¡Menudos desagradecidos, les das todo lo que te sobra, y mira cómo te lo pagan!

Pero bueno, gracias a Dios, se inventaron los colegios, las guarderías, las extraescolares, las asociaciones de tiempo libre, los campamentos de verano, las convivenvias de fin de semana... ¡Incluso puedes dejarlos a desayunar en el cole! Para mis hijos, lo mejor.

Además, conforme crecen, puedes proyectar todas tus frustraciones en ellos. Puedes empezar por el ballet, el piano o cualquier otra actividad tremendamente compleja y sacrificada que se te ocurra. Así, además de tenerlos ocupados, puedes fardar de ellos.

Después, hay que decidir su futuro. Estudiarán la carrera para la que a ti no te dió la nota, heredarán el negocio familiar de cría de pulgas de colores o se casarán con la persona que a ti parezca más idónea. Como decía Hommer Simpson: Son mis hijos, soy su dueño.

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Pero los muy rufianes crecen y pretenden pensar por sí mismo, tener vida propia y tomar sus propias decisiones. Yo no tuve hijos para eso... Así que la familia se desestructura y todo es una mierda. Los pobres chavales sienten el rechazo de aquellos a los que habían aprendido a querer y respetar, por lo que deciden alejarse de ese sentimiento punzante que produce no satisfacer los deseos de aquellos que les dieron la vida y a los que todo les deben.

Algunos sucumben al chantaje emocional, negándose a sí mismos y volviéndose criaturas desgraciadas, pero queridas. Otros, caen en el desdén de saberse repudiados, y buscan la atención de aquellos que aman, aunque sólo sea en forma de repugnancia e incomprensión. Unos pocos afortunados consiguen zafarse, a medias, del poder emocional de sus progenitores, labrándose una vida más o menos feliz en la que juran no reproducir los modelos parentales que tuvieron, y que se perpetúan generación tras generación.

No nos engañemos, el cáncer de la sociedad no son los jóvenes. Ellos son sólo las víctimas de esta enorme injusticia que se llama paternidad.

Ahora bien, el colmo del egoismo, que llega mucho más allá de todo lo antes expuesto, es engendrar un cadáver que no verá la luz del día, porque a ti no te conviene. Pero, claro, no sorprenden actitudes de este tipo ante el panorama reinante.

Señores, ser padre no es obligatorio. Si quieres tener hijos, que sea por ellos y para ellos, no por ti y para ti. Si buscas una criatura que haga tu voluntad y no moleste demasiado, vete a una tienda de animales. Pero, incluso con una mascota, asumes una responsabilidad. Así que, casi mejor, vete a vivir solo y cómprate un Tamagochi, que siempre puedes apagar cuando te toque demasiado las narices.

De verdad, me quito el sombrero ante esta paternidad responsable. Dios quiera que a mí no me pase...


Dedicado a los padres que no son así.

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