domingo, junio 19, 2005

Salmón madrileño

Ayer, quedé con mis amigos para ir al cine a ver Batman Begins (Christopher Nolan, 2005), una película que me gustó y os recomiendo encarecidamente.

El caso es que me bajé a Madrid desde mi pueblo, con la intención de llegar a mi hora. La verdad es que no había nada de tráfico (como todos los sábados a esa hora). Sin embargo, el autobús iba más cargado de lo habitual y algunos pasajeros tuvieron que hacer el trayecto de pie. Por supuesto, Carlinhos Brown tenía algo que ver en el asunto, porque la mayor parte de los usuarios eran gente joven en grupos.

Según llegamos a Plaza Castilla, nos vimos inmersos en la masa de personas que se agolpaban en todos los rincones, vociferando y moviéndose con el nerviosismo de la res que reconoce su destino en el matadero. Poco a poco, y con gran esfuerzo, unos pocos nos abrimos paso hacia la boca de metro del intercambiador. Si llegar no fue fácil, entrar, una auténtica batalla. Cientos de personas avanzaban al unísono, como una manada de ñus emigrando a mejores pastos. El calor era agobiante y los responsables de seguridad miraban impasibles cómo la gente saltaba por encima de los torniquetes, como gacelas saltando un obstáculo en su huída del guepardo que las persigue.

No me quito de la cabeza un comentario que escuché entre la masa de carne, sudor y aire corrupto: "¿A dónde vamos?", preguntón uno. "A donde vayan todos los demás", respondió el otro. Tal era la personalidad y autonomía de las criaturas allí congregadas.

Poco a poco, mis pasos se encaminaron hacia la línea 10. Iba en dirección al centro, cosa que me alegró sobremanera cuando llegó el tren de sentido opuesto y vi una masa de personas salir a presión por las puertas, como pasta de dientes que se derrama por los agujeros del tubo. Cuando la línea de vagones abandonó la estación, cientos de personas se dirigían hacia la salida, haciendo equilibrios sobre el borde del andén.

Una vez sentada en uno de los bancos del vagón, empecé a pensar sobre mi trayecto y decidí que, aunque habíamos quedado en Callao, sería mejor ir directamente a Plaza España y subir andando desde allí. La visión del andén de enfrente en cada una de las estaciones que pasábamos me reafirmaba en mi decisión. Una piara inmensa se agolpaba a la espera del amo, que trajera los restos de la comida para alimentarla; y rompía en sonidos de aclamación y placer cuando veía su banquete acercarse, con el sonido característico de las ruedas sobe el metal.

Al llegar a mi destino, descubrí con alivio que el famoso carnaval había apartado del centro la escoria social de la masa y que las calles podían transitarse con paz y tranquilidad. Una llamada oportuna me dirigió a uno de esos bastiones del entretenimiento alternativo, que son las tiendas frikis. Avancé por la calle Silva y alcancé mi destino. No estaba hasta arriba de gente, pero había un buen número de compradores en el interior. En ese momento, me relajé. Estaba en un lugar conocido, rodeada de bichos tan raros como yo, por lo menos. Además, el aire acondicionado del local invitaba a quedarse.

Mis amigos llegaron de forma escalonada unos minutos después, pudiendo encaminarnos todos al cine en el que íbamos a ver la película de superhéroes del momento. Toda una gozada, si se me permite. La sala estaba ocura y fresquita, en contraposición al exterior, radiante y caluroso. Un refresco y el cubo de palomitas terminaban de completar nuestro gozo, mientras disfrutábamos de cada fotograma.

Una vez más, nos encaminamos al metro (esta vez todos juntos) y nos encaminamos hacia Cuzco, donde el perro de un amigo esperaba que alguien le condujera a un excusado adecuado a sus necesidades. El retorno a la zona 0 no fue menos emocionante. Los vencidos huían hacia los andenes, mientras los vencedores cantaban himnos de victoria, acompañados por los tribales ritmos de los tambores.

Salimos por la boca de los impares y nuestros ojos vieron los restos de la batalla. Algunas personas vagaban sin sentido entre la podredumbre. Bolsas, vasos de plástico de todos los tamaños, latas, botellas de plástico, cristales que otrora fueran continentes de distintos líquidos... Todo tipo de basura nos rodeaba, sin que pudiéramos evitar pisarla a cada paso. Gritos y cánticos de júbilo denostaban al viandante común, que sentía insultada su inteligencia ante tal demostración de degeneración y falta de civismo. Dos bocas de incendios lloraban silenciosas la sequía que este año estamos padeciendo, mientras algunos celebraban el frescor de las lágrimas por las que habían sido condenadas.

La Castellana se fue vaciando poco a poco, aunque nunca del todo. Los rezagados se alejaban de los servicios de limpieza, como si la higiene fuera la negación de todo lo que ellos celebraban. Cepillos, cisternas y contenedores libraban ahora su singular batalla, con la esperanza de un amanecer mejor para todos (al menos, para todos los habitantes de la zona).

Volví andando a Plaza Castilla con la intención de coger el autobús de las 2:00 a.m.. La calle estaba tranquila y el paseo se hacía agradable en el apacible intercambio de pareceres en que nos encontrábamos inmersos mi interlocutor y yo. Cuando llegamos al intercambiador, nuestros caminos se separaron y yo me aproximé a la parada de mi autobús. Ya había un buen número de personas esperando y me situé en una posición retrasada, respetando el orden de llegada de mis futuros compañeros de viaje. Sin embargo, un cuarto de hora es mucho tiempo, y grandes grupos de jóvenes gritones, bebidos y maleducados iban interponiéndose entre mi persona y la posible cabecera del vehículo. Como una no es tonta, avancé hasta donde mi buen juicio me aconsejó, dejando delante de mí un número equivalente de viajeros al que tenía cuando llegué.

El autobús no tenía intención de volver con carga, pero no le quedó otro remedio, ante el importante número de personas que allí se agolpaba. Empujones, malas palabras y gestos desagradables acompañaron el proceso de entrada en el codiciado vehículo. Un 30% de los presentes quedó en tierra, mientras el resto inicábamos nuestro viaje. Gritos y poca educación por parte de algunos energúmenos "amenizaron" el trayecto, mientras el conductor intentaba mantener la calma, todo un logro por su parte. Sobre decir que unas pañoletas azules identificaban a los alborotadores como participantes de la famosa "timbalada".

En momentos como éste, me alegro de ser un salmón contracorriente; porque para ser un borrego o una cabra asilvestrada, ya hay mucho animal suelto.

Dedicado a eNe, capaz de avanzar entre la masa sin dejarse arrastrar.

4 comentarios:

Hîthwen Fëadür dijo...

Magnifica descripcion, las comparaciones son muy ilustrativas, desgraciadamente creo q todos los frikis nos encontramos con pensamientos y situaciones asi a menudo cuando andamos por la calle...

Marisunflowers dijo...

He leído varios comentarios tuyos. Muchas gracias por participar en mi blog. En cuanto llegue a Madrid, me leeré con calma el tuyo. Seguro que también está genial.

En efecto, las personas que no practicamos el borreguismo tendemos a sentirnos así de vez en cuando. Aún no entiendo cómo alguien puede dejarse arrastrar por la masa de esa manera. Y, sinceramente, espero no llegar a entenderlo. ;)

Hîthwen Fëadür dijo...

No se si habras leido el "q es la ilustracion" de kant, q trata el tema del borreguismo, pero se lo recomiendo a todo el mundo ^^

Marisunflowers dijo...

Acabo de ver tu ficha.

¡Qué fuerte! ¡Ahora mismo estoy posteando desde Marbella!

Esto demuestra, una vez más, lo pequeñito que es el mundo. ^_^

Respecto del libro, no lo he leído. La verdad es que Kant nunca llamó mucho mi atención. Sin embargo, quizá debiera acercarme a sus escritos con la perspectiva de quien lee por interés y no estudia por obligación. ;)